domingo, 29 de septiembre de 2013

Primeras lluvias de otoño

El clima es caprichoso. Hay años en que el verano da la sensación de no terminar nunca. O lo que es lo mismo, el otoño demora su llegada. Existen diversas teorías al respecto y ya se encargan sesudos investigadores de intentar averiguar a qué se deben estos caprichos climáticos, preocupantes para el futuro del planeta, pero no determinantes para nuestro presente.
Hay otros aspectos, de los que también se ocupan sesudos investigadores, que sí afectan al presente como son la influencia del clima en las personas. Cómo una tarde gris contribuye a que muchas personas lo vean negro y cómo una tarde soleada insufla ánimos.
Algunos dirán que es un asunto que depende de las personas y no del parte meteorológico. Y puede que no les falte razón, porque a fin de cuentas, qué no depende de las personas. Y por otro lado, quién puede negar la vulnerabilidad de algunas personas ante los cambios de tiempo.
Dicen que el otoño y la primavera son amenazadoras estaciones para quienes exponen su fragilidad simplemente con descorrer una cortina y contemplar a través de la ventana el tono del cielo. Indiscutiblemente las causas son más profundas y residen en algún lugar de la mente.
Pero han llegado las lluvias. Y ese otoño, cuya entrada se sitúa en el calendario un 23 de septiembre, ha tocado con unos días de retraso a nuestras puertas para traer la consabida nueva del adiós del estío.
A mí me gusta el otoño. Me gustaban los otoños de mi infancia en Madrid; la acera de mi puerta cubierta de hojas oscuras, desprovistas de verdor, los rayos de sol filtrados entre las ramas de esos mismos árboles, escasos de hojas, y las primeras castañeras. De igual modo que disfrutaba de los senderos del Retiro, cubiertos también por otras hojas. Y me gustaba la lluvia, de gotas finas que se deslizaban por mi cara. Esa lluvia que empapaba las hojas de las aceras y llenaba la avenida de luz con los faros encendidos de los coches al circular.
Ahora, en el Sur, me sigue gustando el otoño. Con un sol que puede picar, pero no quema. Con la misma lluvia fina de mi infancia, cuyas gotas recorren mi rostro como un camino conocido, ya recorrido. Aunque con menos hojas cubriendo las aceras. Añoro del verano la largura de sus días.
Y aun así, escucho con placer la melodía de estas primeras lluvias de otoño.

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