Esta
debilidad mía, el periodismo, es como la vida, siempre tienes que estar
aprendiendo. A los años en la Universidad les tienes que sumar algún máster y varios
cursos sobre materias específicas, eso sí relacionadas, al menos en el
epígrafe, con el periodismo, para adquirir más conocimientos, y no sé cuántas
prácticas (en mis tiempos remuneradas y ahora, por la patilla) en donde
buenamente pilles. Además tienes que estar pendiente, seguimiento con sentido
crítico creo que lo llaman, de los medios de comunicación (periódicos,
televisiones, radios), y por si eso no fuera suficiente ¡zas! la Internet y las
redes sociales. Sin olvidar la aconsejable y recomendada lectura de diversos
manuales y libros sobre la profesión o escritos por periodistas y adláteres que
se editan cada año y que probablemente solo lean la familia, otros periodistas
o aspirantes a serlo y algún despistado. Es decir, formación y reciclaje
continuos.
Desde
esa vocación de aprendiz y a sabiendas de que el saber ocupa el lugar
disponible en el cerebro, que los libros ocupan un lugar mayor en estantes,
mesas y rincones y lo digital, un espacio superior, eso sí portátil, al que
sospechábamos, hoy he comenzado un curso nuevo de formación, con su
correspondiente epígrafe y sus contenidos específicos para mi reciclaje, un
taller, de mes y medio, sobre la
elaboración de un plan de comunicación online en redes sociales.
No
voy a aburrirles con una relación pormenorizada y loas al profesorado y a los
contenidos del curso, ni siquiera con la demanda de alumnos registrada,
superior a la prevista, tan solo dejaré constancia de que se ha programado una
jornada presencial y el resto del curso es virtual, a través de una de esas plataformas
que están revolucionando la docencia.
Está
bien, no hay obligación de desplazamientos, asistencia, horarios… ni siquiera
tienes que verle la jeta al profe de turno y éste, a cambio, tampoco tiene que
soportar la tuya, pero… el ordenador me sigue pareciendo tan frío; el marco de
una comunicación incompleta, en el que las palabras carecen de entonación, está
ausente la mirada y son inapreciables los gestos.
Ya
saben, la paradoja de la comunicación, amplia gama de aparatos y conexiones que a priori
facilitan eso, la comunicación, cuando la realidad es que nos convierte en reos
solitarios ante una pantalla; una ventana abierta que nos permite saber y ver
lo que ocurre en casi cualquier lugar del mundo, hablar con parte de ese mundo,
investigar, formarnos, comprar, oír música, asistir a un espectáculo… y que
levanta un muro de incomunicación con la persona de al lado.
Hace
cosa de un año estaba tomando un calmante de Juanito el andariego con mi santa en
un garito de Barna. Música de fondo, luz indirecta y tenue, un pequeño velador
con dos asientos que invitaban a la charla y a la confidencia y junto a
nosotros, una pareja de jóvenes, cada uno con su móvil, chateando, tuiteando,
sin dirigirse la palabra entre ellos. Estuve tentado de hacerles una foto para
ilustrar esa paradoja de la comunicación, pero desistí y preferí guardar la
imagen en el recuerdo.
Qué
quieren que les diga, al final acabamos atrapados en las redes de la araña, del
otro/a y ahora también en las sociales, pero yo sigo siendo de aquellos a los
que les gusta sentir las hojas de un periódico o un libro entre los dedos y
sentarme a conversar con un café o una rubia con espuma por medio y mirándonos
a los ojos. Aunque sean de gato.
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