En ocasiones algo tan básico como echar un pestillo para cerrar la puerta de un aseo puede convertirse en un rompecabezas. Y nos revela lo imposible de algunos de los elementos o de las situaciones que vivimos cotidianamente.
La solución improvisada es sencilla, basta con hacer un agujero en el marco de la puerta y el pestillo encuentra el espacio para cumplir con la función para la que está destinado. Mientras que su par queda expuesto a la soledad en el otro lado de la puerta, sin uso posible y por tanto, mostrando su inutilidad.
En el espacio que separa a ambos queda lugar para la elucubración sobre la profesionalidad o conocimientos de quien instaló este mecanismo de avanzada tecnología y sobre el talento de quien diseñó y transmitió las directrices para su instalación. Y queda la duda de saber si algún usuario se creyó capaz de correr el pestillo, preso de un talento oculto.
La solución improvisada es sencilla, basta con hacer un agujero en el marco de la puerta y el pestillo encuentra el espacio para cumplir con la función para la que está destinado. Mientras que su par queda expuesto a la soledad en el otro lado de la puerta, sin uso posible y por tanto, mostrando su inutilidad.
En el espacio que separa a ambos queda lugar para la elucubración sobre la profesionalidad o conocimientos de quien instaló este mecanismo de avanzada tecnología y sobre el talento de quien diseñó y transmitió las directrices para su instalación. Y queda la duda de saber si algún usuario se creyó capaz de correr el pestillo, preso de un talento oculto.
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