El infierno nos ha dado un par de días de tregua, hasta que de nuevo se alimenta su caldera. Es lo habitual en el estío sureño, pero la reiteración informativa nos hace creer que es algo excepcional, como si las altas temperaturas fueran cosa de otra estación.
Sobrevivimos al asedio, porque el cuerpo no deja de sorprendernos y de demostrar una inimaginable capacidad de adaptación al entorno. Con sudor y sin lágrimas, es cierto, y con un sobreesfuerzo para mantener los sentidos alerta y la capacidad de seguir laborando a pesar de las escasas horas de sueño. Porque el infierno en esta tierra no entiende de sol o luna y aprieta lo mismo a la vuelta del mediodía que entre las sábanas.
Aún así hay quien gusta de torturarse con las previsiones del tiempo y de enzarzarse en discusiones donde el argumento son unos grados de más o de menos sobre la línea de los 40. Argumentos reforzados por esos mapas televisivos incandescentes, que por momentos parecen capaces de abrasar el televisor y liberar llamas por las estancias de nuestras viviendas.
En el Sur hace calor. Sí. Y sin embargo, hay peores infiernos a los que descender y demonios que no entienden de veranos o inviernos para manifestar su presencia. Esos mismos demonios que habitan en nosotros, con los que intentamos aprender a convivir y que en escasas ocasiones nos dan una tregua. Son los que nos otorgan la condición de asediados; aquellos que no necesitan vernos empuñar una bandera blanca, conocedores de que no hay rendición posible.
Sobrevivimos al asedio, porque el cuerpo no deja de sorprendernos y de demostrar una inimaginable capacidad de adaptación al entorno. Con sudor y sin lágrimas, es cierto, y con un sobreesfuerzo para mantener los sentidos alerta y la capacidad de seguir laborando a pesar de las escasas horas de sueño. Porque el infierno en esta tierra no entiende de sol o luna y aprieta lo mismo a la vuelta del mediodía que entre las sábanas.
Aún así hay quien gusta de torturarse con las previsiones del tiempo y de enzarzarse en discusiones donde el argumento son unos grados de más o de menos sobre la línea de los 40. Argumentos reforzados por esos mapas televisivos incandescentes, que por momentos parecen capaces de abrasar el televisor y liberar llamas por las estancias de nuestras viviendas.
En el Sur hace calor. Sí. Y sin embargo, hay peores infiernos a los que descender y demonios que no entienden de veranos o inviernos para manifestar su presencia. Esos mismos demonios que habitan en nosotros, con los que intentamos aprender a convivir y que en escasas ocasiones nos dan una tregua. Son los que nos otorgan la condición de asediados; aquellos que no necesitan vernos empuñar una bandera blanca, conocedores de que no hay rendición posible.
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