Atrapados en un mundo de cristal. Dependientes de su fragilidad, producto de sus dudas o de sus temores, tienen una pésima consideración de sí mismos, con independencia de su valía real. Viven instalados en la sombra y cuando el foco de luz, ocasionalmente, derrama su haz sobre ellos, sólo aspiran, salvo los verdaderamente idiotas, a que ese instante, fugaz como cualquier instante, pase y apenas les roce la luz; para regresar al territorio de las sombras o a lo sumo, hacer posada en la penumbra.
Son conscientes de que no son únicos y se reconocen, más de lo que quisieran, en sus iguales. Presos de los reflejos del rostro, el gesto o la actitud. Caminan ligeros, con la cabeza habitualmente gacha y con la mirada viva, pues su curiosidad por lo que les rodea supera a su pudor; aunque no puedan evitar en más de un lance desear ser engullidos por la tierra.
Transitan permanentemente por la senda de la reflexión en busca de respuestas. Opinan con la certeza del que sabe que puede errar y viven convencidos de que el conocimiento sobre cualquier asunto siempre es escaso. Lo que les conduce, también con más asiduidad de la deseada, a inevitables meteduras de pata.
Si pudieran escapar, saldrían corriendo. Pero la ausencia de brújula y la consciencia de que no hay escapatoria les mantienen de pie, pegados a la realidad e inmunes a los cantos de sirena.
Sueñan con no despertar, para no olvidarse de soñar.
Son conscientes de que no son únicos y se reconocen, más de lo que quisieran, en sus iguales. Presos de los reflejos del rostro, el gesto o la actitud. Caminan ligeros, con la cabeza habitualmente gacha y con la mirada viva, pues su curiosidad por lo que les rodea supera a su pudor; aunque no puedan evitar en más de un lance desear ser engullidos por la tierra.
Transitan permanentemente por la senda de la reflexión en busca de respuestas. Opinan con la certeza del que sabe que puede errar y viven convencidos de que el conocimiento sobre cualquier asunto siempre es escaso. Lo que les conduce, también con más asiduidad de la deseada, a inevitables meteduras de pata.
Si pudieran escapar, saldrían corriendo. Pero la ausencia de brújula y la consciencia de que no hay escapatoria les mantienen de pie, pegados a la realidad e inmunes a los cantos de sirena.
Sueñan con no despertar, para no olvidarse de soñar.
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