Con la boca cerrada no se les distingue, salvo por la rigidez que adorna sus movimientos, como si tuvieran un palo de escoba ubicado junto a su columna vertebral, cuando se desplazan. Pero cuando abren la boca son inconfundibles. Siempre saben de lo que hablas, de lo que opinas, de lo que estudias, de tu trabajo… y por supuesto, más que tú.
Habrán visitado cualquier rincón del mundo que cites, leído cualquier obra literaria, contemplado cualquier creación artística, degustado cualquier producto gastronómico y vivido cualquier situación imaginable por exagerada e imposible que parezca.
Sus opiniones y conocimientos están por encima de los de los demás y sólo están dispuestos a escuchar al otro si ello les reporta una dosis extra de alimento para su ego o les sirve de excusa para una nueva exhibición de su inagotable e indiscutible talento.
A su juicio, carecen de iguales; así que esa rigidez dorsal puede ir acompañada de una mirada de arriba a abajo adornada con lo más selecto del muestrario del desprecio.
En realidad abundan. No se reconocen frente al espejo, a pesar de su evidente narcisismo. Pero no tienen problemas en desnudar a los demás frente a la ventana, para que puedan ser contemplados públicamente y si es posible ser comparados con ellos a fin de dejar constancia de la aparente distancia que les separa de la estupidez.
Diría que han vuelto, pero en verdad nunca se fueron. Se mantienen apostados en cualquier esquina, sin ser conscientes de que su contribución a la humanidad se limita a provocar el aburrimiento.
Habrán visitado cualquier rincón del mundo que cites, leído cualquier obra literaria, contemplado cualquier creación artística, degustado cualquier producto gastronómico y vivido cualquier situación imaginable por exagerada e imposible que parezca.
Sus opiniones y conocimientos están por encima de los de los demás y sólo están dispuestos a escuchar al otro si ello les reporta una dosis extra de alimento para su ego o les sirve de excusa para una nueva exhibición de su inagotable e indiscutible talento.
A su juicio, carecen de iguales; así que esa rigidez dorsal puede ir acompañada de una mirada de arriba a abajo adornada con lo más selecto del muestrario del desprecio.
En realidad abundan. No se reconocen frente al espejo, a pesar de su evidente narcisismo. Pero no tienen problemas en desnudar a los demás frente a la ventana, para que puedan ser contemplados públicamente y si es posible ser comparados con ellos a fin de dejar constancia de la aparente distancia que les separa de la estupidez.
Diría que han vuelto, pero en verdad nunca se fueron. Se mantienen apostados en cualquier esquina, sin ser conscientes de que su contribución a la humanidad se limita a provocar el aburrimiento.
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