martes, 7 de diciembre de 2010

Tardes de mesa camilla y brasero


Llueve. Las tardes de lluvia en otoño son una invitación a la melancolía. Recuerdos de castañas asadas, vendedoras y cartuchos de papel de periódico, y de hojas secas en las aceras de Madrid. Y también, tardes de brasero y mesa camilla en Jaén.
El olor a café recién hecho escapando de la cocina. Churros, magdalenas de las monjas, ochíos o tortas de manteca. La merienda como una tradición, pero también como la excusa de cada tarde para sentarse alrededor del brasero y alzar las faldas hasta casi tapar el cuello.
La voz de mi abuela sobresaliendo entre el resto de las voces. Sentada en el sillón de orejeras, repartiendo, departiendo e impartiendo. Como un mariscal en el campo de batalla. Pero más pendiente de la intendencia entre la tropa de chiquillería, que de estrategias o movimientos envolventes para ganar la batalla. Sólo beligerante para que cada uno tuviera su taza de cacao y bollo o churro que sumergir en ella.
Firme en su negativa a que echáramos una “firma” con la rasera en el brasero de picón. Y condescendiente cuando de forma excepcional permitía a alguno de los nietos echar esa “firma”. Entonces, con mayor o menor presteza, en la mayoría de las ocasiones torpemente, desde las manos infantiles la rasera de hierro se hundía en el picón para avivar las brasas y poblar el brasero de rojas estrellas incandescentes. Un brillo tan intenso como el de nuestros propios ojos.
Después vendrían los braseros eléctricos. Con dos y hasta con tres resistencias. Cuyo único aliciente para un niño era apretar el botón que encendía la segunda o la tercera y ver como rápidamente cambiaba su color hasta un vivo anaranjado. Nada que ver con el logro de remover el picón y el resplandor del rostro al conseguirlo.
Y también pasaríamos después con naturalidad del cacao al café con leche. Aquel café que mi abuela y yo siempre concebimos con la leche caliente, frente a mi hermana y mis primos que aún hoy lo prefieren mezclado con leche fría. Una diferencia de temperatura que podría parecer insignificante, pero que en realidad establece la distancia entre la pausa que actúa de antesala a una conversación y la premura que la sesga antes de que se produzca.
El café, su olor y su sabor, siempre me traen el recuerdo de mi abuela. Y las tardes de lluvia, ausentes hoy mesa de camilla y brasero, me golpean la memoria. Hoy las casas están más caldeadas, pero es como si hubiera menos calor en ellas.
Foto: El resurgimiento del brasero. L.C, publicada en Diario Hoy de Extremadura.

3 comentarios:

  1. Carlos:
    Como he visto que te gustan los gatos, te envío esto:

    http://www.youtube.com/watch?v=GJMIH04uGOo

    ¡Que lo disfrutes!^^

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