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sábado, 27 de julio de 2013

Las estaciones (y II)

¿Y si fuera al revés? El otoño y la primavera dando cabida al engaño, envueltos en el velo que cubre verano e invierno. No son origen y final, sino un círculo que se muestra como una línea gracias a las manos hábiles del trilero o a la distracción sibilina del prestidigitador.
Y el antagonismo, ficticio o real, de invierno y estío da sentido a la vida. Mundos opuestos, pero no dispares, que hallan un nexo como los caminos en la encrucijada. Campos nevados y campos de trigo que esbozan el borrador de la esperanza y por tanto, el combustible para alimentar el motor que hace rotar las hojas del calendario y entre el nacimiento y la muerte fluye, con mayor o menor fortuna, con abundancia o escasez de destreza, la vida.
El rayo de sol atraviesa el otoño y la primavera como la línea que niega en el papel como una tachadura. Y esa efervescencia producida por la luz, pero también por los anhelos, conduce al espejismo.
No son las manos torpes, sino las mentes adocenadas las que se esfuerzan en trazar la diagonal o el aspa de la negación en tinta azul o roja. Y en ese movimiento que parece mecánico, pero es aprendido, el bolígrafo, la pluma o el lapicero se deslizan nerviosos entre los dedos como si tuvieran conciencia.
No hay lugar para la nostalgia, condenada por el oportunismo. Y aunque reina la distracción, las estaciones se ofrecen en un 2+2, en un 2 x 2, que siempre concluye en 4; aunque su condición es la del sempiterno 2.

jueves, 25 de julio de 2013

Las estaciones

En verano se ama al invierno. Y en invierno se quiere al verano. Podría ser la más evidente demostración de odio, pero probablemente solo sea una queja, una muestra de inconformismo cargada de razón por la oscilación de los termómetros y que se acrecienta dependiendo del lugar adonde uno haya dejado caer sus huesos; un destino marcado por las circunstancias, por los condicionantes culturales, laborales, económicos, familiares o por el azar de una ruleta rusa cuya única bala es el giro de la rosa de los vientos.
Y hay también algo de nostalgia, vestida con los ropajes de la falsedad por desear en el presente lo que en un pasado reciente se rechazaba. Pero como toda melancolía, descubre su ser en la ausencia, en la pérdida incluso de lo que no se ha poseído.
En este antagonismo, oportunista como la mayoría de ellos, se discrimina al otoño y a la primavera, que alejados del artificio invernal y estival son la esencia: el origen y el final; representados con la precisión del artista y el conocimiento del sabio en el vuelo descendente de las hojas, salvo las de árboles perennes que bien pudieran ser la imagen de lo eterno, y en el nacimiento de la flor.
Verano e invierno son pues mera distracción. Matrioskas que en su interior albergan otras muñecas, ocultas a la vista y a la espera de ser descubiertas. Dos estaciones que son cuatro, pero que por naturaleza siempre son dos.