¿Y
si fuera al revés? El otoño y la primavera dando cabida al engaño, envueltos en
el velo que cubre verano e invierno. No son origen y final, sino un círculo que
se muestra como una línea gracias a las manos hábiles del trilero o a la
distracción sibilina del prestidigitador.
Y
el antagonismo, ficticio o real, de invierno y estío da sentido a la vida.
Mundos opuestos, pero no dispares, que hallan un nexo como los caminos en la
encrucijada. Campos nevados y campos de trigo que esbozan el borrador de la
esperanza y por tanto, el combustible para alimentar el motor que hace rotar
las hojas del calendario y entre el nacimiento y la muerte fluye, con mayor o
menor fortuna, con abundancia o escasez de destreza, la vida.
El
rayo de sol atraviesa el otoño y la primavera como la línea que niega en el
papel como una tachadura. Y esa efervescencia producida por la luz, pero
también por los anhelos, conduce al espejismo.
No
son las manos torpes, sino las mentes adocenadas las que se esfuerzan en trazar
la diagonal o el aspa de la negación en tinta azul o roja. Y en ese movimiento que
parece mecánico, pero es aprendido, el bolígrafo, la pluma o el lapicero se
deslizan nerviosos entre los dedos como si tuvieran conciencia.
No
hay lugar para la nostalgia, condenada por el oportunismo. Y aunque reina la distracción,
las estaciones se ofrecen en un 2+2, en un 2 x 2, que siempre concluye en 4; aunque
su condición es la del sempiterno 2.
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