Mostrando entradas con la etiqueta Picasso. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Picasso. Mostrar todas las entradas

viernes, 16 de agosto de 2013

Fracturas de estío

A veces las cosas vienen rodadas. Otras se tuercen. Porque tendrá que ser así. Sin más. Dos semanas de vacaciones dan para mucho o para poco, pero como mínimo sirven para abandonar el entorno habitual. Y aunque no soy de planificar, si es cierto que me gusta fijar algún destino más allá del sempiterno deambular sin rumbo y sin prisa por calles y plazas.
Este año era fácil y llevaba meses marcado en el calendario, fin de semana del 9 de agosto exposición de Dalí en el Museo Reina Sofía de Madrid. Han salido muchos soles y caído muchas lluvias desde que asistí a una de las exposiciones para mí más completa que han tenido a Dalí como protagonista; fue hace más de 20 años en el Museo Español de Arte Contemporáneo, el viejo MEAC de Madrid ahora cerrado. Menos tiempo ha transcurrido de la visita al triángulo daliniano compuesto por el Museo de Figueras (Lleida) y la casa de pescadores de Port Lligat y el castillo de Púbol, ambos en Girona. Pero no pudo ser, las entradas estaban agotadas. Y aunque había programada alguna visita gratuita por la tarde, la sola imagen de una larga cola de gente esperando me hizo desistir.
A fin de cuentas tampoco era la primera torcedura de estas vacaciones. En Barcelona había previsto una visita para conocer la ampliación del Museo Picasso y por diversas causas se frustró. De igual manera que la irrupción de tormentas en la Costa Brava arruinó los planes de desplazarse hasta Calella de Palafrugell, rincón de habaneras colindante a la cuna de Josep Plá.
En Madrid sufrí dos fracturas más, una exposición fotográfica de los ochenta en la calle Serrano y la experiencia de una representación de microteatro. Compuesto y sin ambas. Agosto, con sus ventajas e inconvenientes en las grande ciudades, cobra su peaje.
No había hecho planes, pero me estaba saliendo todo como el culo. No obstante, tres salidas nocturnas en Barna, con acierto en la elección de dos nuevos restaurantes, Pepa Tomate en Gracia y Salero en El Borne, y un garito de copa a dos cuadras de La Pedrera; el shopping y las calles de Madrid y abundante lectura salvaban mis vacances, pero las fracturas habían provocado un evidente vacío.
Pensé en dar una vuelta de domingo en la mañana por el Rastro. Y entonces recordé el Museo Romántico. Durante algunos años viví en una perpendicular a la calle San Mateo, donde se halla el museo. No había vuelto a visitarlo desde entonces, entre otras razones porque ha permanecido 8 o 9 años cerrado por reforma. Ni siquiera sabía si estaría abierto el domingo, pero era mi decisión. Cafelito en el Comercial y visita al museo, al que el afán reformista ha cambiado el nombre y ahora se denomina Museo del Romanticismo. Cambió mi suerte, estaba abierto y además la entrada era gratuita. Adiós a las fracturas y a su vacío. Retroceso en el tiempo, exotismo, los retratos de los Madrazo, las sátiras de Alenza, el costumbrismo de Pérez Villaamil, el San Gregorio de Goya y como no, Don Mariano José de Larra. Ha perdido el nombre, pero ha ganado un acogedor patio-jardín. Y aunque conserva el sabor, ahora se parece más a otros museos. A lo que se ve no solo agosto cobra peaje, también el reformismo. Pero me sigue gustando este museo, que para mí siempre será Romántico y siempre acaba en Larra.
Como remate, media pinta de cerveza negra en La Ardosa y un pinchito de chipirón. Combustible para deambular y placebo para las fracturas. Tampoco estaba planificada, pero la mañana salió redonda.
 
Foto: Fachada del Museo del Romanticismo en Madrid.

jueves, 26 de mayo de 2011

La inocencia de Brotat

Esperando los brotes verdes topamos con cactus, sin flores y con afiladas espinas. Ante la aridez del paisaje busco un vergel. Lo hallo entre las pinturas de Joan Brotat y su exposición “La lucha por la inocencia, 1946-1966”. Por un instante pienso de nuevo en los cactus y en como su irrupción contribuirá a la pérdida de la inocencia y podría ser la llamada para la lucha.
Como casi siempre, la Sala de Exposiciones está vacía. Contemplo un cuadro a la vez que ojeo el catálogo de la muestra. Los nombres de Cesáreo Rodríguez-Aguilera, Guinovart, Picasso o Zabaleta aparecen ante mis ojos al pasar las páginas y como una invitación a la reproducción de las pinturas y cerámicas de Brotat. También como casi siempre el catálogo incluye una muestra más amplia del artista que las paredes de la Sala.
Cierro el catálogo y retrocedo sobre mis pasos para ver la exposición desde su inicio. Las figuras hieráticas, de rostros adustos y severos me observan con sus ojos de óleo. Evidencian la influencia del románico en el artista, pero a mí la severidad de esos rostros y las miradas planas me llevan de nuevo a reflexionar sobre la pérdida de la inocencia, sobre los costes y los precios reales e imaginarios que debemos pagar voluntaria u obligadamente no para alcanzar lo deseado, sino simplemente para seguir avanzando o para reaccionar.
Accedo al espacio central de la Sala. Los dos primeros cuadros reproducen el mismo esquema y posición de las figuras románicas. Son cuadros de familia de payeses y molineros. Uno de mis peques me llama para que vea el cuadro colgado en el centro de la Sala. Es un estallido de color, cazadores, palmeras y leones. De dimensiones superiores al resto y de influencia naïf es el preámbulo de la desaparición de los rostros adustos y severos. Pinturas de artistas de circo y de la feria, cuadros de un palomar y un faro, platos de cerámica, alfombras y tapices coloridos dibujan una sonrisa en mi cara e iluminan mi mirada. Por un momento recupero la inocencia, la misma que perdura en mis peques, ajenos a cactus y espinas. Unos metros más adelante me espera una pequeña escultura de hierro, inequívocamente picassiana.
Como si de un déjà vu se tratara me encuentro de nuevo ante el primer cuadro que contemplé al pasar a la Sala. Retornan los rostros severos y adustos. Afloran las figuras rectas y alargadas; igual que cactus. Abandono el vergel, y en la aridez del paisaje no hay rastro de la inocencia.


Imagen: Obra, "Cazadores de leones", de Joan Brotat, tomada de http://alquimistasdelestablo.blogspot.com/2010/11/joan-brotat.html.