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jueves, 26 de mayo de 2011

La inocencia de Brotat

Esperando los brotes verdes topamos con cactus, sin flores y con afiladas espinas. Ante la aridez del paisaje busco un vergel. Lo hallo entre las pinturas de Joan Brotat y su exposición “La lucha por la inocencia, 1946-1966”. Por un instante pienso de nuevo en los cactus y en como su irrupción contribuirá a la pérdida de la inocencia y podría ser la llamada para la lucha.
Como casi siempre, la Sala de Exposiciones está vacía. Contemplo un cuadro a la vez que ojeo el catálogo de la muestra. Los nombres de Cesáreo Rodríguez-Aguilera, Guinovart, Picasso o Zabaleta aparecen ante mis ojos al pasar las páginas y como una invitación a la reproducción de las pinturas y cerámicas de Brotat. También como casi siempre el catálogo incluye una muestra más amplia del artista que las paredes de la Sala.
Cierro el catálogo y retrocedo sobre mis pasos para ver la exposición desde su inicio. Las figuras hieráticas, de rostros adustos y severos me observan con sus ojos de óleo. Evidencian la influencia del románico en el artista, pero a mí la severidad de esos rostros y las miradas planas me llevan de nuevo a reflexionar sobre la pérdida de la inocencia, sobre los costes y los precios reales e imaginarios que debemos pagar voluntaria u obligadamente no para alcanzar lo deseado, sino simplemente para seguir avanzando o para reaccionar.
Accedo al espacio central de la Sala. Los dos primeros cuadros reproducen el mismo esquema y posición de las figuras románicas. Son cuadros de familia de payeses y molineros. Uno de mis peques me llama para que vea el cuadro colgado en el centro de la Sala. Es un estallido de color, cazadores, palmeras y leones. De dimensiones superiores al resto y de influencia naïf es el preámbulo de la desaparición de los rostros adustos y severos. Pinturas de artistas de circo y de la feria, cuadros de un palomar y un faro, platos de cerámica, alfombras y tapices coloridos dibujan una sonrisa en mi cara e iluminan mi mirada. Por un momento recupero la inocencia, la misma que perdura en mis peques, ajenos a cactus y espinas. Unos metros más adelante me espera una pequeña escultura de hierro, inequívocamente picassiana.
Como si de un déjà vu se tratara me encuentro de nuevo ante el primer cuadro que contemplé al pasar a la Sala. Retornan los rostros severos y adustos. Afloran las figuras rectas y alargadas; igual que cactus. Abandono el vergel, y en la aridez del paisaje no hay rastro de la inocencia.


Imagen: Obra, "Cazadores de leones", de Joan Brotat, tomada de http://alquimistasdelestablo.blogspot.com/2010/11/joan-brotat.html.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Guinovart

En el callejón del gato no siempre sonríe la vida, pero siempre trato de buscar la luz. En ocasiones la hallo. No siempre, pero a veces lo consigo. Y ayer fue una de esas ocasiones.
La Universidad ha abierto una pequeña sala de exposiciones en el centro de la ciudad donde habito. Donde trato de vivir y de que no habite el olvido. Mi santa, los peques y yo ya la habíamos visitado con anterioridad, para ver una exposición de varias pintoras. Y la semana pasada, contra pronóstico pues no habían dicho que se cerraba hasta la próxima temporada, se inauguró una exposición de Guinovart.
Yo había visto de forma esporádica algún cuadro de este pintor barcelonés, los últimos en el Museo Zabaleta (Guinovart, amigo de Zabaleta, participó con éste en una exposición en Quesada (Jaén), en 1951), pero nunca una exposición monográfica. Como la sala es pequeña, la exposición es breve. Completa, pero breve. Lo que provoca una sensación de satisfacción, por la obra contemplada, y a la vez, una sensación de necesidad de ver más obras.
Junto a la exposición, los responsables de la UJA han tenido el gusto de editar un catálogo sobre las obras expuestas y sobre Guinovart. Y además, han acompañado el catálogo de una pequeña joya, un dvd con una entrevista con el artista.
En ella el pintor, ya maduro, habla de asuntos como la influencia de la naturaleza en su obra, de su experiencia vital, del compromiso del artista y de la necesidad de pintar y del lenguaje (visual y de la palabra).
A mí con la obra me bastaba, pero acompañada de la palabra es un regalo. Inesperado y gratificante, porque te hace contemplarla con otros ojos. No es necesario, porque cada obra tiene su lenguaje propio, otra cuestión es que alcancemos a comprenderlo, pero si abre nuevos caminos y nuevas formas de mirar.
El apellido Guinovart suena a guirnalda, a Guinardó, y eso me lleva a Marsé. Un escritor que pinta con palabras la Barcelona que vivió, la misma postguerra que marcó a Guinovart. Un mismo compromiso y una misma esencia: la falta de libertad, la prohibición “crea una vitalidad”.


“…Guinovart a golpes con el desierto de la vida/se hizo un hombre de infancia sombría/entre vericuetos de arrabal o cinematógrafo/y de un volumen con presencia de Lorca o de ti mismo/que nos hace saltar de entusiasmo o de miedo…”

“Carta a Miguel Hernández”, Cesáreo Rodríguez-Aguilera (1952).