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martes, 9 de febrero de 2021

Otro 13 de febrero

Se acerca otro 13 de febrero. Ya nadie o casi nadie abre el cajón del escritorio en busca de la solución definitiva que ofreció la pequeña pistola. Nadie siente una culata de madera o nácar entre los dedos, ni el frío del cañón rozando la sien. Nadie espera a que la bala recorra su camino, ni esa breve detonación que pone voz al final. 
Gritan que ya no quedan románticos. Con alguna excepción para perpetuar la regla. Salvo el Gabinete en el Museo del Romanticismo y las palabras encuadernadas del maestro, que lo mismo fue Don Mariano José de Larra que Fígaro o El pobrecito hablador, dicen que no hay vestigios ni herederos. Ni del buen hacer periodístico, ni del buen morir 
Ahora la desesperación lleva a lanzarse al vacío o a la vía del tren. A un tajo mal dado en la muñeca o a la ingesta de barbitúricos sin siquiera leer el prospecto. Ni un imitador de Larra, ni un homenaje a Séneca…, un burdo adiós. 
Uno piensa que 27 años es una edad para casi todo menos para morir. Que el hastío no puede haber hecho mella hasta ese punto de apretar el gatillo por amor-desamor hacia una mujer y hacia un país. Que hay mejor manera de celebrar la víspera del Día de los Enamorados que convertirlo en Día de Difuntos. Que no hay país que merezca un final atroz. 
Pero quien fue libre para vivir, quien fue libre para escribir también se ganó esa libertad para morir. Más allá del juicio de la historia. 
Otro 13 de febrero recordamos la prematura despedida en la madrileña calle Santa Clara de un periodista hoy en desuso. Perdimos el romanticismo, llegaron los neoliberales y perduraron las costumbres, las malas costumbres. 
Está Fígaro en el cementerio. Pero “¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro?”. Siguen vigentes las preguntas, de igual modo que la respuesta: “El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio”. Como cualquier otra ciudad. Los vivos son los muertos. Y los que creímos muertos están en paz. 
Aquel otro 13 de febrero, el disparo marcó la última hora en la noche de un lunes de flores de plomo (que narrara Juan Eduardo Zuñiga). 
Y hoy la chanza cuelga en una pared de ese Gabinete en el Museo, con etiqueta de sátira y firma de Alenza.

viernes, 16 de agosto de 2013

Fracturas de estío

A veces las cosas vienen rodadas. Otras se tuercen. Porque tendrá que ser así. Sin más. Dos semanas de vacaciones dan para mucho o para poco, pero como mínimo sirven para abandonar el entorno habitual. Y aunque no soy de planificar, si es cierto que me gusta fijar algún destino más allá del sempiterno deambular sin rumbo y sin prisa por calles y plazas.
Este año era fácil y llevaba meses marcado en el calendario, fin de semana del 9 de agosto exposición de Dalí en el Museo Reina Sofía de Madrid. Han salido muchos soles y caído muchas lluvias desde que asistí a una de las exposiciones para mí más completa que han tenido a Dalí como protagonista; fue hace más de 20 años en el Museo Español de Arte Contemporáneo, el viejo MEAC de Madrid ahora cerrado. Menos tiempo ha transcurrido de la visita al triángulo daliniano compuesto por el Museo de Figueras (Lleida) y la casa de pescadores de Port Lligat y el castillo de Púbol, ambos en Girona. Pero no pudo ser, las entradas estaban agotadas. Y aunque había programada alguna visita gratuita por la tarde, la sola imagen de una larga cola de gente esperando me hizo desistir.
A fin de cuentas tampoco era la primera torcedura de estas vacaciones. En Barcelona había previsto una visita para conocer la ampliación del Museo Picasso y por diversas causas se frustró. De igual manera que la irrupción de tormentas en la Costa Brava arruinó los planes de desplazarse hasta Calella de Palafrugell, rincón de habaneras colindante a la cuna de Josep Plá.
En Madrid sufrí dos fracturas más, una exposición fotográfica de los ochenta en la calle Serrano y la experiencia de una representación de microteatro. Compuesto y sin ambas. Agosto, con sus ventajas e inconvenientes en las grande ciudades, cobra su peaje.
No había hecho planes, pero me estaba saliendo todo como el culo. No obstante, tres salidas nocturnas en Barna, con acierto en la elección de dos nuevos restaurantes, Pepa Tomate en Gracia y Salero en El Borne, y un garito de copa a dos cuadras de La Pedrera; el shopping y las calles de Madrid y abundante lectura salvaban mis vacances, pero las fracturas habían provocado un evidente vacío.
Pensé en dar una vuelta de domingo en la mañana por el Rastro. Y entonces recordé el Museo Romántico. Durante algunos años viví en una perpendicular a la calle San Mateo, donde se halla el museo. No había vuelto a visitarlo desde entonces, entre otras razones porque ha permanecido 8 o 9 años cerrado por reforma. Ni siquiera sabía si estaría abierto el domingo, pero era mi decisión. Cafelito en el Comercial y visita al museo, al que el afán reformista ha cambiado el nombre y ahora se denomina Museo del Romanticismo. Cambió mi suerte, estaba abierto y además la entrada era gratuita. Adiós a las fracturas y a su vacío. Retroceso en el tiempo, exotismo, los retratos de los Madrazo, las sátiras de Alenza, el costumbrismo de Pérez Villaamil, el San Gregorio de Goya y como no, Don Mariano José de Larra. Ha perdido el nombre, pero ha ganado un acogedor patio-jardín. Y aunque conserva el sabor, ahora se parece más a otros museos. A lo que se ve no solo agosto cobra peaje, también el reformismo. Pero me sigue gustando este museo, que para mí siempre será Romántico y siempre acaba en Larra.
Como remate, media pinta de cerveza negra en La Ardosa y un pinchito de chipirón. Combustible para deambular y placebo para las fracturas. Tampoco estaba planificada, pero la mañana salió redonda.
 
Foto: Fachada del Museo del Romanticismo en Madrid.