jueves, 1 de marzo de 2018

Los últimos de una generación

La bandera, la Medalla de Oro, si se descuidan se trae para Jaén los leones, las columnas y a Hércules. Con unos años menos hasta la Presidencia. ¿Se imaginan la presidenta de Andalucía que hubiera sido Pilar Palazón?, una persona comprometida, culta, honesta, formada, carente de ambiciones personales, entregada a los demás, luchadora y dispuesta a sumar. Y progresista. 
Reclamó a la Junta, al Ayuntamiento, incluso a la Corona y a la Iglesia; al rey le ha requerido su presencia en 2019 para inaugurar de verdad el Museo Íbero y no el simulacro que se ha realizado y al obispo le pidió la cabeza de león íbera que hay en el Museo Diocesano. Siempre reivindicativa. 
Enhorabuena, Pilar. Me sumo públicamente a este merecido homenaje. Un reconocimiento que se extiende a todos aquellos que impulsaron y dieron aliento a la Asociación “Amigos de los Íberos”: Marcos, Isabel, Pedro, Carry, Arturo, Mayte, Juana, Alfonso, mi tía Luz y mi tío Pepe y hasta mi primo José Arcadio. El reconocimiento a una muestra de lo que es o debe ser la sociedad civil y lo que puede conseguir: un sueño que encerraba la metáfora de convertir una vieja cárcel en un museo.
Pilar ‘Palizón’ la llamaban el ex alcalde Alfonso Sánchez Herrera y el polifacético Marco Rodríguez-Piñero. Ambos llevaban razón, era y es lo que se denomina coloquialmente una “mosca cojonera”; que en palabras de Javier Cercas es la persona que “dice siempre lo que piensa”, “dice casi siempre lo que nadie quiere oír” y “tiene ideas, no meras ocurrencias”. Ilustres “moscas cojoneras” fueron, según Cercas, Orwell y Camus. Larra y Unamuno. Y Don Antonio Machado. 
Pero este reconocimiento es también a una trayectoria más allá del logro del Museo Íbero; y a una generación que entendió la política como una defensa de las libertades, como una herramienta de transformación de la sociedad, como un compromiso para vivir y no del que vivir. 
Y es bueno hacerlo en vida. Porque son los últimos y si nos descuidamos se nos van. Como Manolo Anguita, que nos dejó como Machado un 22 de febrero. Maestro de infantes y de vida, político y poeta. Utópico, no quimérico. Exilado de sí mismo en los últimos tiempos. 
Él sí era capaz de distinguir entre feminismo y comunismo, no como algunas ocurrentes políticas de ahora; sabía que se puede militar en uno u otro por separado. O en ambos a la vez. También sabía que a las convicciones no renuncia uno nunca y que por la vida y sobre todo a la muerte se va machadianamente “ligero de equipaje”. 
Estoy convencido de que se ha llevado de la mano a Forges para esbozar una sonrisa pícara. Incluso una sonora y limpia carcajada envuelta en el humo de un cigarrillo. Vamos ‘sobraos’ de Mariano (Rajoy) y ‘falticos’ de Concha (Caballero). 
Te veo en esas grandes alamedas por las que pasear, ahora sí plenamente como un hombre libre. Con Carmelo Palomino, con David Padilla, con Miguel Ayala, con mi padre, con tantos otros que a su manera amaban Jaén. 
Descansa el compañero del alma. Se ennegrecen las piedras lunares. Y solo el llanto rompe el silencio. Hasta siempre, Manolo.

 Mi artículo para SER Jaén, "La Colmena", del 1 de marzo de 2018.

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