miércoles, 21 de marzo de 2018

Otro frío 21 de marzo

Cada 21 de marzo llega la primavera. En esta ocasión con un preámbulo de nieve y frío, el mismo que anida cada año en mi interior, ese que nace de la ausencia. Y aún así busco fuera con la mirada el tallo verde y espigado y la flor amarilla del jaramago. 
La primera flor de la primavera me ancla a aquel territorio de la memoria donde habita la presencia sin vida; donde los pasos no marcan la huella, donde los ojos son cuencas vacías de miradas perdidas y la piel es un fino velo perdido u olvidado, donde la niebla me recuerda el humo ascendente de la pipa, donde ya no hay lugar para la confrontación por los desencuentros y donde los tragos que van por tí no pueden quemar más que tu silencio. 
No sirve dar marcha atrás al reloj o mantener las hojas del calendario para construir un imaginario del tiempo perdido. Solo cabeza y corazón son capaces de esbozar un relato que probablemente cada vez es menos fidedigno, coronando al jaramago sobre rosas o crisantemos. 
Vendrá un día en que todo será blanco como esa nieve caída en el umbral de la primavera. Y ya no habrá lugar para un nuevo 21 de marzo, tampoco para los pasados. Solo se extenderá al frente un páramo, por el que se deambula sin rumbo desde la inconsciencia que regala el olvido. 
Mientras llega el momento, guardaré el maullido, incluso ante el vuelo de aves de mal bajío, y seguiré buscando cada marzo con la mirada el amarillo de la flor del jaramago y el espigado tallo verde. A sabiendas de que hacen crecer el frío dentro, pero anuncian el sol de primavera y la luz.

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