domingo, 27 de marzo de 2016

Tiempos de resurrección

No cabe duda de que vivimos tiempos de resurrección. Los Rolling Stones resucitan el rock en la Isla, si es que alguna vez estuvo muerto. Y nosotros, previsores o adelantados a este tiempo, resucitamos el sábado 19 de marzo, fruto de otra pasión y sin hacernos cruces, de la mano, la voz y las guitarras de 091.
A algunos les sigue pareciendo obra del diablo, al que por cierto nunca le hemos visto mover los pies; solo caer. Pero estarán conmigo en que hay peores infiernos a los que descender. Y sus Satánicas Majestades lo único diabólico que ofrecen es su aspecto. 
Es innegable, aunque no lo digamos, siempre lo hemos pensado, en este infierno o en cielos cercanos, "sigue estando Dios de nuestro lado". 
De ángeles caídos y de otros que no eran tales ángeles pero tenían magisterio en eso de caer siempre hemos sabido algo. Los caminos que conducen inevitablemente al suelo, el apretón de dientes y los puños cerrados, las fuerzas desconocidas y halladas en lo más profundo del ser para rodilla en tierra volver a erguirse, los pasos vacilantes al principio y sin rumbo determinado una vez recobrada la vertical y la irreductible convicción de no dejarse vencer.
Y aún así carecíamos de fe, de esa que muchos exhiben golpeándose en el pecho y preparando los pies para patear al prójimo. 
El paso por los infiernos y la convivencia con nuestros íntimos demonios fueron y son otra forma de recordar. Más fidedigna y vigente que aquellas otras que el tiempo desdibujó por propia voluntad o por la incapacidad de conservarlas en la memoria. 
Pero fijamos la mirada en la línea del horizonte y las esperanzas murieron en la orilla rotas como la cresta de olas de ida y vuelta que no van a parte alguna. 
Y sí, había dioses y duendes, criaturas marinas y terrestres, cielos e infiernos, mundos y submundos y estelas en el agua y en la arena. Pasos perdidos sin dirección, saltos al vacío sin retorno y sueños rotos, la mayoría no recordados. 
Y aquella tumba que no era más que un agujero en la tierra, donde enterramos los mejores años, lo aprendido y lo anhelado, lo que éramos y lo que íbamos a ser, los libros, los discos y las botellas que no nos bebimos. También a aquellos que se fueron y ya no estarán. Cerramos aquel hoyo sin la consciencia de quedar sepultados. 
Hasta hoy. O ayer, cuando resucitamos.

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