miércoles, 10 de febrero de 2010

Un español sin ganas

Si hoy escribiera lo que siento ante tanta inmundicia me llamarían antipatriota. Y serían aquellos que ni me conocen, ni entienden que a mí las patrias me vienen grandes o pequeñas.
No soy de patrias, salvo de aquellas guardadas en el corazón. Ilimitadas, intangibles, idealizadas, incluso imaginarias, que unen y no separan.
No creo en aquellos que se llaman a sí mismos patriotas, que componen la pose con la mano sobre el pecho y con la mirada perdida en una enseña y trazan líneas divisorias invisibles que sólo ellos ven.
Y en ese descreimiento recuerdo al amigo que tras escucharme pedirle con chanza que trabaje para levantar el país, siempre me contesta que lo levanten quienes lo han hundido. Los que llenan la boca de patria y promesas.
Soy un hombre sin patria. Heredero racional y voluntario de los expulsados de su tierra, de aquellos hombres y mujeres libres condenados a vagar por reivindicar un sueño.
Me siento hoy un “español sin ganas” en una “España obscena y deprimente”, como escribiera Cernuda. Evoco a Gelman, “Cuando el dolor se parece a un país, se parece a mi país” y me pregunto como Neruda, ¿Qué será de mi pobre patria oscura?

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