martes, 2 de febrero de 2010

La parábola del mudo

A veces es deseable el silencio. Sobre todo el ajeno. Y más cuando el que habla tiene poco que decir y cuando lo hace recurre a tópicos, frases hechas o palabras huecas. Todos en mayor o menor medida hemos deseado el silencio de algunos de los que hablan por lo vacuo de su exposición, por el tono o por el volumen de su voz.
Y sin embargo, en ocasiones a pesar de lo deseable del silencio hay que hablar. Hay que pronunciarse y no recurrir a la táctica del avestruz y esconder la cabeza en un imaginario agujero. Por cierto, uno de esos agujeros lo patentó Jordi Pujol, el honorable, con aquello de “No toca”. Y ahora con menos talento e imaginación, y también con escasez de honorabilidad, se recurre a la convocatoria sin preguntas ante la prensa (con el beneplácito de medios de comunicación y periodistas, que con su silencio otorgan) o al “no va a hacer declaraciones”.
Alguien puede sucumbir a la tentación de justificar el silencio con el hipotético manejo de los tiempos, dispar y cada vez más alejado de la demanda ciudadana. Como si comprásemos los relojes en distintos comercios y el ajuste horario fuese un desajuste. Nada más alejado de la realidad, el silencio evidencia carencias, desnuda al mudo y lo inhabilita ante la opinión pública, y más cuando se esperan palabras y sobre todo hechos y se obtienen parálisis y la callada por respuesta.
En esas ocasiones el silencio implica debilidad o incapacidad, máxime cuando previamente se ha aderezado con el reconocimiento de la carencia de criterio y con la asunción del vínculo hereditario padre-hijo como factor determinante en la línea sucesoria de tu sucursal política provincial (un hecho a todas luces impropio del siglo XXI que nos retrotrae en el tiempo al siglo XIX). Y debilidad e incapacidad son malas credenciales para un aspirante y elementos distantes de la administración del tiempo, la prudencia o el análisis.
Había una vez un tipo que se hacía pasar por mudo y a fuerza de no articular palabra se olvidó de hablar. Cuando quiso hablar, sólo logró emitir unos incomprensibles sonidos guturales, de modo que además de mudo, pensaron que era lerdo.
Sí un aspirante enmudece, se esconde en el silencio y renuncia a la palabra puede ocurrir que también le tomen por lerdo, que otros hablen por él o que cuando decida hablar no haya alguien dispuesto a escucharle.

2 comentarios:

  1. Je je, por estas tierras hay un heredero que estoy segura no barullara tanto como el padre ni durará tanto como él.
    Vergonzoso como ha subido al trono, y todos calladitos tan tranquilos,como si no pasara nada.
    Lo dicho, la politica es el reino de los charlatanes mediocres y/o habidos de poder, rodeados de sus cortesanos que le lamben los fondos para su mayor gloria, y como aquellos, a fastidiar a la plebe mientras ellos se siguen llenando los bolsillos.
    Tienes razon, jodido porvenir el que se nos augura.
    Bicos Carlos.

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  2. Ya sabes, dijeron aquello de tu heredarás la tierra y debía incluir todo lo que hay en ella. Un beso.

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