jueves, 23 de julio de 2015

Saltar

Debe ser extremadamente jodido no hallar por donde escapar. No encontrar un agujero donde esconderse. Perder el sentido de la huida. Renunciar a la opción de seguir corriendo y enfrentarse al abismo y no ser capaz de resolver la ecuación vital de saltar hacia adelante o hacerlo hacia atrás. La duda, la eterna incertidumbre que marca la existencia de algunas personas.
¿Y si fuera real que todo se reduce a eso? Llegar al final del camino y saltar. No permanecer al borde y esperar. Saltar. A fin de cuentas ¿no soñamos siempre con volar? ¿no quisimos siempre ser pájaros con las alas desplegadas para surcar el cielo? ¿y no es un salto una caricatura de un vuelo?
Hay tanta variedad de saltos, el de la rana, el del tigre, el del ángel, el de mata, el de altura, el de longitud, el de eje, el de página... y hasta el salto a la fama. Cada uno de ellos puede ser mayúsculo, una hazaña, y también, minúsculo, un fracaso. Cómo distinguir al uno del otro. Y qué importa tal distinción cuando lo fundamental es el vuelo. 
Volar es ser libres. Despertar. Sin marcha atrás, pero conscientes de que en cualquier recodo se alimenta el fuego que al acercarse derrite la cera y nos priva de las alas y por tanto, del sueño. Dudamos entre ser ángeles, hadas o aves y acabamos convirtiéndonos en tritones y sirenas.
Agitamos el mar en busca del pez volador, que como el resto de los peces está condenado al abismo fuera del agua. A veces también en ella.
Solo queda saltar. Hacia adelante o hacia atrás. Perpetua incertidumbre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario