miércoles, 22 de julio de 2015

Los guardianes de la costumbre

Es el retorno menos deseado y sin embargo, no menos esperado. Porque la amenaza siempre ha estado ahí. Embozada en un claroscuro, envuelta en las sombras. Esperando con la paciencia atribuida al santo para llegado el momento, irrumpir y convertirse en protagonistas.
Han vuelto los guardianes de la costumbre. Relojeros de ágiles manos que dan cuerda hacia atrás. Titiriteros de mente sombría cuyos ligeros dedos mueven las cuerdas a su antojo. Tahúres con la arena del reloj escondida en la manga. Enterradores de impecable levita y la mirada anclada en el pasado. Predicadores del embudo. Moralistas de doble faz. Domésticos tiranos. 
Y vienen pisando, apretando, imponiendo. Con la ley en la mano. Esclavizando a golpe de decreto. Mentando a la autoridad. Ampliando la brecha entre los que tienen y los que carecen de casi todo. Vistiendo nuestras vidas de gris para recrear ese pasado del que una vez creímos escapar. 
De nuevo envueltos en banderas, golpeándose el pecho y tratando de convencernos de que todo lo hacen por nuestro bien. Tamizando, incluso negándonos lo aprendido en otro tiempo, se presentan como hombres nuevos; incapaces de comprender que les delata el olor a naftalina y la sonrisa en su rostro de la alimaña que engulle carroña. 
Pero ya no logran engañarnos. Por lo menos no logran embaucarnos a todos. Porque siempre queda alguien en pie para tocar la campana. Para alejar el miedo mortecino del espejismo de la crisis. Y pese a los ataques desde todos los frentes y con la munición más gruesa, permanecer erguido. Todavía hay alguien dispuesto a señalar la puerta de salida, la que franqueamos en una aparente huida que sin embargo nos hace avanzar.

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