El
viernes se celebra un nuevo 28 de Febrero, Día de Andalucía. Mis peques me
traen los versos de Miguel Hernández, “Aceituneros”, para aprenderlos y
cantarlos en la fiesta del cole.
Eligen
en el iPad la versión de Jarcha. A mí siempre me gustó más la de Paco Ibañez en
aquel concierto en el Olympia de París. Escucho las dos versiones y me
retrotraen en el tiempo a aquellos años en que respiraba sin apenas consciencia
libertad.
Me
veo sentado en la parte de atrás del R-12, oyendo las cintas de cassettes que
engullía el ‘loro’, Jarcha, Quilapayún, Mercedes Sosa, Atahualpa, Chavelas
Vargas, Serrat, Brassens, Llach, Labordeta, aquella doble de Paco Ibañez, la
carabina 30 30 y el tren de Adelita (una vez en Portugal me compraron una de los Rolling y hasta me dejaron escucharla).
Recuerdo
los mítines-fiesta del PCE. Aquel de Torrelodones, cuando Simón Sánchez Montero
me firmó un posavasos o una servilleta con la hoz y el martillo en verde;
cuando se oían las palabras de Santiago Carrillo, Ignacio Gallego, Nicolás
Sartorius, Marcelino Camacho… y las de algunos delfines que luego mutaron en
boquerones.
También
recuerdo cuando se trasladaron a la Casa de Campo. Y aquel verano en Granada,
con mi primo-tío Luli, Curro y el resto de sus amigos de las Juventudes Comunistas que
escuchaban los vinilos de Dylan y de Víctor Jara. Los mismos con los que pasé
un sábado entero unos meses más tarde en uno de aquellos mítines-fiesta de la
Casa de Campo de Madrid.
Recuerdo
las historias de lucha y compromiso de ancianos, contadas por ellos mismos con
la emoción golpeándoles el pecho y humedeciendo sus ojos. Algunos llegados del
exilio, otros de las cárceles y el ostracismo. Relatos de amor y desamor por la
separación y desaparición de sus seres queridos. Vidas rotas. Y sin embargo,
aún les quedaba luz en el rostro para soñar aquel tiempo de cambio que se
anunciaba.
Y
también recuerdo las banderas rojas y la tricolor, mezcladas con banderas de
las distintas comunidades autónomas, algunas de las cuales no sabía en aquel
momento ni a qué territorio pertenecían. Entonces aquellos trozos de tela
tenían sentido y un significado.
Soy
madrileño y me sentía madrileño, pero me gustaba, puede que hasta me enorgulleciera,
escuchar aquellos versos de olivos y andaluces de Jaén; debía ser algo
telúrico, la sangre y las raíces o simplemente la belleza de aquellas palabras del
poeta que en pocas estrofas decían tanto.
Hoy
aquellos versos son oficialmente la letra del himno de la provincia en que
habito. Mis peques los cantan en el colegio para festejar un día que no hace
mucho parecía impensable. Respiran libertad porque viven bajo un sistema
democrático, pero este aire no es como aquel que yo respiraba cuando apenas
contaba unos años más de los que tienen ellos ahora y cuando la posibilidad de
cambiar el mundo parecía algo muy real. Quizás porque en aquel tiempos las
mentiras eran inferiores en número y tamaño a la verdad.
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