lunes, 28 de noviembre de 2011

PULSO

No soy de echar pulsos, pero si gusto de tomar el pulso de lo que acontece a mi alrededor. Sin embargo, los tiempos que se anuncian son una invitación a mantener ambos pulsos. Para lo que es necesaria la observación de lo que ocurre en nuestro entorno, pero también el compromiso para explicarlo e intentar voltearlo.
Si a ello se le suma el entusiasmo y unas dosis de voluntad y esfuerzo y si se encuentra a un grupo de personas dispuestas a navegar por aguas revueltas y a un capitán que pilote la nave no es extraño que surjan proyectos como la revista digital PULSO, que hoy “ha caído” en la Red.
Una publicación que a través de las palabras y de las imágenes, en distintos formatos y estructuras, intenta mostrar una visión crítica de la realidad, sin caer en la desesperanza. Aún siendo conscientes de la desigualdad de fuerzas y potencia con el adversario y lo que es peor, de cómo los ciudadanos, en su mayoría, se entregan al desencanto y a la apatía y enarbolan la bandera blanca sin ofrecer resistencia ni siquiera en el ámbito de las ideas.
La tripulación de esta nave es variopinta y está abierta a nuevas incorporaciones. Además de los oficiales, la marinería, los cocineros y el resto de tripulantes, alguien pensó que también sería bienvenido un gato, aunque sólo sea para entretener a los ratones. Agradezco a mi amigo Víctor Donamaría su invitación para subirme al barco, y al capitán, Manuel Álvarez Machado, que aceptara a un felino a bordo sin preguntar a los ratones.
Como siempre en cualquier tiempo presente se dirime el futuro y en eso consiste, y en eso estamos en PULSO, en intentar dibujar el camino que nos lleve a un futuro en el que quepamos todos y en el que queramos estar; y no en esta senda por la que nos conducen como si fuéramos ganado, a pesar de que a veces lo parezcamos, y en la que nos privan de nuestra condición de personas para transformarnos en números que se dividen y restan para multiplicar y sumar las cuentas corrientes de unos pocos.
Quizás PULSO sea sólo una mínima opción para canalizar la indignación, un sueño que acabe desvaneciéndose antes incluso de abrir los ojos, pero al menos habrá parpadeado.

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