miércoles, 16 de noviembre de 2011

Nada que perder

Hay quienes creen que no tienen nada que perder porque nunca ganaron algo. Los que no sienten el impulso de salir corriendo. Y para quienes el vértigo, lejos de ser una sensación o un padecimiento, no es más que el relato de otros al borde de un abismo real o imaginario.
Hay quienes nunca sintieron el aleteo de las mariposas, ni las brasas de la ausencia en el estómago. Y prefieren andar de puntillas y apenas rozar con la punta de los dedos a quienes se cruzan en su camino.
Hay quienes presumen de carecer de temor, pero no logran disimular su estremecimiento al ver reflejada su imagen ante el espejo. Y tiemblan ante las palabras no pronunciadas; las mismas que nunca escucharán.
Aún así no renuncian a hundir los pies en la arena y enviar en botellas mensajes sin destinatario; a perder la mirada en el horizonte y esperar que al menos un golpe de mar cambie su presente. Incluso devolviéndoles alguna de esas botellas con un mensaje, que leerán como si fueran sus destinatarios.
Hay quienes escarban en la arena en busca de una solución para los enigmas que trae el aire. Y dibujan con el verbo propio y ajeno muros de cristal que borra el agua.
Sospechan que el futuro está perdido y que ese presente es demasiado previsible.

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