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jueves, 12 de marzo de 2015

La vieja máquina de escribir


He visto una foto esta mañana de una vieja máquina de escribir y no he podido evitar la tentación. No veía el momento de llegar a casa. Buscar la llave, pequeña y antigua, que abre la caja y liberar por unos minutos de su encierro a la Smith Premier. Necesitaba golpear sus teclas, sentir deslizarse el carro y oír su timbre.
Todo objeto antiguo tiene una parte tangible, la que se puede tocar y contemplar. Y una parte intangible, que pertenece al ámbito de las emociones y los recuerdos. Quería disfrutar de ambas.
He encontrado la pequeña llave en una caja rectangular de metal, donde parecía inútil junto a varias de sus hermanas, de diferentes grosores y longitud y ojo ovalado. Obviamente he tenido que probar unas cuantas hasta que he logrado dar con la que abría la cerradura. Al hacerla girar y oír el clic no he podido disimular una infantil mueca de satisfacción. He levantado hacia atrás la tapa de madera. Y la he visto.
Me ha venido a la memoria aquella Underwood con la que jugaba en mi infancia. Aquella máquina que pesaba como el plomo y que siempre estaba en una de las habitaciones de la casa de mi abuela materna y que con el paso de los años acabó en un arcón en el rellano de las escaleras que llevaban del patio principal a la primera planta, donde se hallaba la zona destinada a vivienda.
Y cómo no, me he visto de adolescente, en el salón de la casa de mi abuela paterna, practicando con la Smith Premier; un monstruo de hierro comparada con la Olivetti portátil que utilizaba en mi casa. Sigue huérfana del tipo con el carácter de la "a" y la cinta se quedó en el camino. Pero se conserva mejor que muchos ordenadores.



miércoles, 24 de diciembre de 2014

Vintage

Entre lo antiguo y lo moderno se ha instalado lo vintage. Y de tanto aplicarlo se ha desvirtuado de tal manera, que no es extraño que te den liebre por gato. 
En el fondo es como sí nos hubiéramos vuelto todos un poco vintage o deseáramos serlo. No por volver a 1920, si no para situarnos en un tiempo acotado pero sin definición entre los 50 años de la antigüedad y los más de 20 que en teoría establecían lo vintage. Un margen suficiente para ser lo que cada uno quiera ser e incluso creérselo, más allá de la madurez o la inmadurez; ajenos a Peter Pan y sus secuelas.
El problema como con cualquier etiqueta es que de tanto abusar de su teórica flexibilidad se acaba de usar para lo mismo y lo contrario. Y lo clásico acaba siendo retro y lo retro, lo nuevo con un toque clásico. Es decir, que no sabes si estás en una juvenil madurez o en una juventud prorrogada.
Pero da igual, porque lo cool (otra manoseada etiqueta) es ser o parecer vintage. Seas persona, mueble, vehículo o artículo de decoración. Ahora bien, cuidado con lo que compras y al precio que lo haces, porque entre lo antiguo y lo moderno, entre Pinto y Valdemoro, te cuelan un "made in Taiwán".