domingo, 21 de junio de 2020

La primavera hurtada

Termina esta primavera hurtada. Una primavera que de alguna manera nunca floreció más allá de los campos verdes en nuestra cabeza o tras una ventana donde la vista no alcanza.
Y llega el tiempo de trazar la línea en el papel. A un lado, el debe, y al otro, el haber. Y entre medias, esa línea que divide las columnas, pero no lleva a parte alguna. No busques el fiel de la balanza, si alguna vez estuvo ya se lo llevaron como esa primavera que quizás nunca llegó. Ignoro cuál es el balance, porque nunca sabremos qué había que contar. Desconozco si las cuatro paredes suman o restan. Lo indudable es que desgastan.
No hay equilibrio ni en los pasos de baile. Y la cabeza volaba tan lejos que por momentos parecía inalcanzable. Los demonios y las tentaciones se mostraban en los muros y en el aire, una mueca se esforzaba en recordar que nunca pasa demasiado tiempo ni se corre lo suficiente para escapar.
Quedaron atrás los días. Casi cien. Y los meses. Como un desfile de patos cojos, sentados en sillas ante las ventanas del ordenador y dibujando un escenario irreal. Escuchando los partes de un mundo de repente desconocido e inabordable, en el que el miedo cotizaba al alza y circulaba con el santo y seña del gratis y universal. Ganaron los de siempre, pero no hubo dealer ni bróker para intermediar.
Ahora, en apariencia, se levantan las barreras. El verano se convierte de nuevo en aquel Dorado de seducción. Y suenan las voces para decirte que hay que creer. Aunque solo sea un espejismo de cerveza fría y la música de The Beach Boys.
Pero dónde quedó esa primavera. ¿Qué hicieron con ella? No olvido el jaramago. Regado en algún lugar con añejo blanco o con la ginebra seca y el coñac barato del alba. Y añoro aquel cactus con su flor del día rodeada de espinas, esperando a que una nueva noche la haga desaparecer.

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