sábado, 13 de junio de 2020

El viejo Bob

No sabría explicar por qué. Tampoco es necesario. Lo cierto es que ahora no dudaría en pagar lo que le pidieran, ¿200, 300… 500 pavos? por escuchar en directo al viejo Bob. Era el momento. Se sentaría en aquella butaca, a todas luces incómoda, de aquel auditorio, sin importarle aquellos otros que ocupaban los restantes asientos. Era algo entre el viejo Bob y él.
Extraería del bolsillo interior la petaca rellenada con bourbon y daría un trago largo. Un buen preámbulo a la espera de que el viejo poeta apareciera con la guitarra en el escenario.
Se había criado y crecido con algunas de aquellas canciones del tal Dylan. Pero hasta tiempo después no supo quién era realmente aquel tipo que las cantaba. También es cierto que el trovador no había ayudado mucho durante algunos años con esos giros y esas incursiones a temas y estilos que no eran lo suyo. O que a él le parecían que no eran lo suyo.
Sin embargo, allí estaba. Sabiendo que el viejo Bob cantaría lo que le viniera en gana. A fin de cuentas es lo que había hecho siempre. Y con la secreta esperanza de que cantara aquel tema de 17 minutos, “Murder most foul”, que de alguna manera los había reconciliado.
Para algunos no sería más que la letanía de despedida de un tipo que lo había sido todo en la música estadounidense y mundial. Pero para él aquella pieza era un testamento vital y musical. Era la cuadratura del círculo. La crónica musicada de un tiempo irrepetible y a la vez, la crítica descarnada a un presente que repetía los mismos errores del pasado y aupaba al poder a patéticos hombrecillos que seguían teniendo la capacidad de apretar el botón de la destrucción.
Apuró otro trago de la petaca. Y se removió en el asiento cuando la figura del viejo Bob irrumpió en el escenario. Parecía muy pequeño e insignificante detrás de aquella guitarra. Siempre fue un tipo menudo y los años encogen físicamente a cualquiera. Y tampoco nadie había esperado de él una demostración atlética, tan solo el rasgar de las cuerdas y la voz acompañándolas. También, con alguna excepción, la mayoría de los que ocupaban los asientos habían pasado de largo la cincuentena y los años les habían encogido.
Había perdido la cuenta. Pero no la esperanza. Iban ya ¿6, 7 temas? Y entonces sonaron los primeros acordes; como aquellos disparos que un 22 de noviembre acabaron con la vida del presidente Kennedy. Inconfundibles.
Sacó la petaca y bebió otro trago de bourbon de Kentucky. Tenía 16 minutos y pico por delante y no había necesidad de tocar las puertas del cielo. Era algo entre el viejo Bob y él.


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