martes, 19 de abril de 2016

It's rock

El rock se bebe y se baila. Y con Los Zigarros, se fuma. Pero sobre todo, el rock se vive. Y vivir es sentir; la sangre caliente en las venas, el hormigueo en los pies y la cabeza y el cuerpo dejándose llevar. 
Hay quien llega tarde al rock, pero llega para quedarse. Y llega sin necesidad de artificios, sin adornos estéticos innecesarios, dejándolo entrar y permitiendo que se quede ahí. Comprendiendo aquello que tanta gracia causa en la adolescencia de que ‘los viejos rockeros nunca mueren’ (pero corren el peligro de convertirse en momias) y asumiendo que uno pueda estar fuera de sitio, voceando las canciones como si fuera aquel adolescente que se quedó varias décadas atrás y dejando libertad a los pies para arrastrar al cuerpo sin llegar a ese movimiento inmortal de Elvis “la Pelvis”. 
Guarda el rock algo de Peter Pan y sus Niños Perdidos y también un relato de faldas de cuero y muslos de seda; de asientos de atrás y rincones escondidos; de poses a medio camino entre la convicción y la apariencia de tipos duros; de copas medio llenas o medio vacías; de esperanzas perdidas y corazones desechos; de prisas por vivir al límite de lo prohibido y lo establecido; de madrugadas sin fin y amaneceres sobrevenidos; de sendas oscuras y laberintos sin salida; de monedas al aire y botellas rotas como sueños. 
Es factible que cueste entenderlo si no hierve la sangre y se carece de un brillo en la mirada. Y si nadie levanta la tapa del sarcófago y detiene las manecillas del reloj con un guitarreo vertiginoso que parece que nunca acabará porque nadie quiere que acabe; como hicieron Los Zigarros el viernes pasado ofreciendo en la Sala Kharma de Jaén el primer concierto de su gira para presentar el nuevo disco “A todo que sí”. 
Y también es posible que no pueda explicarse sin sentirlo. Live rock.

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