viernes, 12 de febrero de 2016

Margarita

Fue en un intervalo breve de tiempo. Primero, uno, y luego, el otro. Los abandonaron a ambos. Y en lugar de lamerse las heridas se dedicaron a mojarlas en alcohol. 
Eran jóvenes y sus cuerpos aguantaban. Las resacas solo duraban media mañana y se atajaban con unas horas de sueño, una ducha y unos botijos de Mahou. 
Durante la semana les ocupaba el trabajo, pero los viernes y los sábados por la noche eran los mejores representantes de aquel peculiar club del alcohol. 
Dicen que la mancha de una mora con otra mora se quita y ellos se confiaron a los encantos de Margarita. Comenzaban con unas birras en los viejos bares de Tetuán y después casi por inercia encaminaban sus pasos al mejicano. Y allí estaba Margarita, servida muy fría en aquella copa de cóctel, grande y abundante.
No sabría decir ni un solo platillo de los que se servían, tampoco cuáles habría probado y por supuesto, ignoraba las margaritas que podían beberse en una noche, nunca las contó a partir de la segunda. 
Había algo de delirio y desesperación en aquel ritual. Las cervezas previas habían allanado el camino y ellos estaban listos para su ofrenda de fin de semana. La sal en el borde de la copa emulaba a los labios perdidos y el tequila mezclado con la lima era como aquella piel tantas veces acariciada, pero el cristal, frío y duro, les impedía olvidar y dejarse llevar plenamente por aquella fantasía. 
El tequila no era algo nuevo para ellos, habían vivido la época de los 'coscorrones' en aquella taberna de Noviciado, en la calle de la Palma, y la habían seguido por su cuenta en aquella cantina de la calle Pozas, donde las margaritas no emulaban labios ni pieles perdidas pero quemaban la traquea como el recuerdo de una mujer quema las entrañas y donde el tequila con sal y limón sabía a colonia. Y también se habían adentrado por la senda del mezcal, con su sabor a madera y aquella sensación de haber perdido la cabeza o haberla cambiado por un yunque en la mañana siguiente. 
Duró un tiempo. Ese que como las copas para olvidar no se sabe contar. Uno de ellos encontró el fruto para borrar la antigua mancha y poco a poco fueron perdiendo contacto hasta que dejaron de verse. Hoy es un reconocido empresario, marido y padre ejemplar de dos vástagos. El otro cambió su ciudad por una ciudad junto al mar. Y puestos a cambiar sustituyó a Margarita por un tequila reposado que también ayuda a recordar y del que tampoco lleva la cuenta a partir del segundo. De vez en cuando acodado en la barra de un bar levanta la copa y brinda ¡Viva México! y los más cercanos le oyen murmurar entre dientes ¡qué carajo!

2 comentarios:

  1. Me hace gracia que de una bebida se pueda sacar tanta palabras que unidas hace un gran relato. Lo de la margarita una vez he tomado una y es una buena bebida si estas acompañado y no se abusa. Todo lo que se excede hace daño . Un abrazo

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  2. Hay quien con la bebida pierde las palabras y hasta el Norte. Quizás esa sea la ventaja de vivir en el Sur. Un abrazo.

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