miércoles, 30 de septiembre de 2015

El olor de las castañas

El otoño es el recuerdo de las hojas ocres y amarillentas en las aceras y del olor a castañas. Es también el preámbulo del tiempo de lluvia, el retorno de las mangas largas y la bajada definitiva del telón del estío.
Ahora ya no hay castañeras refugiadas en un zagúan o apostadas en estratégicos lugares de obligado paso, embutidas en abrigos de paño grueso con las manos enfundadas en mitones para dejar libres los dedos, prestos para remover las castañas y servirlas en cucuruchos de papel de periódico. 
Tampoco ya hay barrenderos de escobón, chaqueta de pana, también gruesa, y chapa en la solapa. Ahora visten uniforme futurista y manipulan una aspiradora para hacer desaparecer el manto de hojas de las aceras, mientras mascullan por lo bajo maldiciendo a la madre naturaleza. 
Pero sigue el otoño siendo una metáfora, una invitación a disfrutar de una etapa de la vida en donde las pequeñas cosas comienzan a ser las importantes. Donde las hojas caídas alfombran las aceras y no necesitan levantarse para descubrir cadáveres, aunque alberguen recuerdos, o esconder los restos delatores de una noche anterior. 
Y el sol del otoño sigue arrojando una luz de miel que endulza los huesos y empuja al paseo. La excusa perfecta para sentarse en un café, sujetar la taza humeante en las manos y a través de ese humo, contemplar el horizonte. Recreando aquel olor a castañas. A la espera del invierno.

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