La
rosa de Sant Jordi bien pudiera ser el corazón del dragón. O una lágrima de
sangre. La tinta que preña de palabras el libro para darle vida. El
florecimiento del verbo frente al fuego y la lanza.
Este
año por eso de los caprichos del destino, mientras las rosas rojas honraban la
memoria y el legado de Cervantes y Shakespeare, el amarillo se abría paso para
sangrar otras rosas en el último viaje del escritor colombiano Gabriel García
Márquez.
Y
así por un jardín de rosas y letras deambulábamos en busca de ficciones y
realidad atrapadas entre las tapas de un libro, a la espera de ser liberadas.
En
esta ocasión las labores de búsqueda les han correspondido a los peques.
Desconocedores de que serían esas ficciones y realidades las que los liberarían
a ellos y les colocarían unas pequeñas alas para ver más allá de las cuatro
paredes de su habitación.
Más
proclives hoy a montar el corcel y blandir la lanza contra el dragón, han recibido
junto a sus libros esa rosa de Sant Jordi, que contribuye a mantener una hermosa
tradición y que les ayudará a comprender algún día que ellos también han florecido
con la lectura de cada libro.
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