En
la ciudad que habito el lagarto pertenece al territorio de la leyenda. Pero
también anduvo en boca y pluma de los poetas. Y como no, en manos de los
artistas.
Artistas como Belin y José F. Ríos que fusionaron mirada y talento. Lagartearon y parieron una criatura que a ras del suelo fija la mirada en el horizonte, a modo de bienvenida, pero también como advertencia al viajero de que sobrevolando a la noche de los tiempos la ciudad preserva su guardián.
No hace mucho que estos y otros artistas liberaron sus criaturas en rotondas, avenidas y promontorios de la ciudad, dotándola de un aire de modernidad. Y sin embargo, esos tiempos parecen hoy muy lejanos. La involución abarca cualquier ámbito y transmite la sensación de que llevara instalada entre nosotros desde épocas pretéritas. Y ahora las rotondas y las vías de la ciudad acogen monolitos y monumentos de estéticas trasnochadas, muestra de un catetismo rancio que incluye homenajes que retrotraen a días de represión, a los tiempos de negritud donde la libertad y los derechos eran los bienes universales soñados que había que conquistar.
El arte también es una forma de compromiso. Y un depositario de la memoria. De modo que esas criaturas liberadas por sus creadores, los artistas, en diversos espacios públicos de la ciudad nos ayudan a recordar quienes fuimos y lo que no somos ni nunca seremos.
Y avivan la esperanza, lagarto, lagarto, de que el guardián no se aletargue y abra sus mandíbulas para engullir a los nostálgicos de la sinrazón.
Artistas como Belin y José F. Ríos que fusionaron mirada y talento. Lagartearon y parieron una criatura que a ras del suelo fija la mirada en el horizonte, a modo de bienvenida, pero también como advertencia al viajero de que sobrevolando a la noche de los tiempos la ciudad preserva su guardián.
No hace mucho que estos y otros artistas liberaron sus criaturas en rotondas, avenidas y promontorios de la ciudad, dotándola de un aire de modernidad. Y sin embargo, esos tiempos parecen hoy muy lejanos. La involución abarca cualquier ámbito y transmite la sensación de que llevara instalada entre nosotros desde épocas pretéritas. Y ahora las rotondas y las vías de la ciudad acogen monolitos y monumentos de estéticas trasnochadas, muestra de un catetismo rancio que incluye homenajes que retrotraen a días de represión, a los tiempos de negritud donde la libertad y los derechos eran los bienes universales soñados que había que conquistar.
El arte también es una forma de compromiso. Y un depositario de la memoria. De modo que esas criaturas liberadas por sus creadores, los artistas, en diversos espacios públicos de la ciudad nos ayudan a recordar quienes fuimos y lo que no somos ni nunca seremos.
Y avivan la esperanza, lagarto, lagarto, de que el guardián no se aletargue y abra sus mandíbulas para engullir a los nostálgicos de la sinrazón.
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