No es mala compañía para la sobremesa de un sábado aunar a Nina Simone y a un cardenal que sólo predica al paladar. Alguien podría pensar que esa mezcla embota los sentidos; desdeñando la posibilidad de que los agudice y dando por hecho que el gozo conduce a la tontura. Cuando en realidad puede que ambos sólo sean una vía para escapar de esa estupidez a la que algunos se empeñan desde distintos ámbitos y responsabilidades a condenarnos.
En general, y por supuesto con honrosas excepciones, cualquier aficionado al cine, no digo ya un experto como el fiscal general del Estado, sabe que segundas partes nunca fueron buenas. En particular, cuando el arranque es un mal guión y los productores defienden su inversión por encima del propio producto y alimentan esa máxima de que la realidad supere a la ficción.
Permuto a la Simone por otra diosa como Billie Holiday. El cardenal apenas me susurra ya. Y a pesar del deleite que me producen y la tentación de dejarme llevar, no sólo con gusto y oído sino con el resto de mis sentidos, no logró atontarme lo suficiente como para escapar de esta realidad, que se asemeja a una mala película con el peor de los repartos y una sombría dirección.
Sonaría a broma, de no ser porque se ha escuchado de boca de todo un fiscal general del Estado. Lo que convierte la broma en algo serio y casi amenazador, no por el fondo, sino por las formas o el descuido en éstas, que deja entrever la supeditación de personas e instituciones al servicio de una ocurrencia. Me gustaría pensar que el fiscal general del Estado no es un mandado y que simplemente busca hacer méritos, pero en ambos casos, mandado o meritorio, da que pensar y por supuesto, no muy bien.
Cuesta entender, es muy difícil hacerlo, la diligencia con que los poderes públicos, y conviene recordar que la Fiscalía General del Estado lo es, se prestan a actuar en relación a ciertos asuntos, sin importar la situación real de los mismos, y como se lavan las manos con otros. Para muestra, un botón: el cinéfilo fiscal general del Estado anuncia a la par que no respalda el recurso del juez (perdón, ex juez) Baltasar Garzón contra su inhabilitación y que, sin embargo, el 11-M es susceptible de reabrirse porque ¡albricias! aún se conservan los restos de un vagón de aquellos trenes de la muerte. Lo que ayudará a incrementar las ventas de algún periódico que no deja que la verdad estropee una buena noticia y posibilitará que los fabuladores de la caverna mediática e historiadores de nuevo cuño como Pío Moa (sic) puedan adoctrinarnos a aquellos de mente dispersa, cuyos sentidos sucumben a las notas del jazz y al libar un cardenal.
Puestos a elegir, preferiría a un fiscal general del Estado proclive a la comedia, pero, obviamente, en estos tiempos aquellos que acarician y detentan el poder no quieren desentonar y apuestan sin tapujos por el cine de terror.
En general, y por supuesto con honrosas excepciones, cualquier aficionado al cine, no digo ya un experto como el fiscal general del Estado, sabe que segundas partes nunca fueron buenas. En particular, cuando el arranque es un mal guión y los productores defienden su inversión por encima del propio producto y alimentan esa máxima de que la realidad supere a la ficción.
Permuto a la Simone por otra diosa como Billie Holiday. El cardenal apenas me susurra ya. Y a pesar del deleite que me producen y la tentación de dejarme llevar, no sólo con gusto y oído sino con el resto de mis sentidos, no logró atontarme lo suficiente como para escapar de esta realidad, que se asemeja a una mala película con el peor de los repartos y una sombría dirección.
Sonaría a broma, de no ser porque se ha escuchado de boca de todo un fiscal general del Estado. Lo que convierte la broma en algo serio y casi amenazador, no por el fondo, sino por las formas o el descuido en éstas, que deja entrever la supeditación de personas e instituciones al servicio de una ocurrencia. Me gustaría pensar que el fiscal general del Estado no es un mandado y que simplemente busca hacer méritos, pero en ambos casos, mandado o meritorio, da que pensar y por supuesto, no muy bien.
Cuesta entender, es muy difícil hacerlo, la diligencia con que los poderes públicos, y conviene recordar que la Fiscalía General del Estado lo es, se prestan a actuar en relación a ciertos asuntos, sin importar la situación real de los mismos, y como se lavan las manos con otros. Para muestra, un botón: el cinéfilo fiscal general del Estado anuncia a la par que no respalda el recurso del juez (perdón, ex juez) Baltasar Garzón contra su inhabilitación y que, sin embargo, el 11-M es susceptible de reabrirse porque ¡albricias! aún se conservan los restos de un vagón de aquellos trenes de la muerte. Lo que ayudará a incrementar las ventas de algún periódico que no deja que la verdad estropee una buena noticia y posibilitará que los fabuladores de la caverna mediática e historiadores de nuevo cuño como Pío Moa (sic) puedan adoctrinarnos a aquellos de mente dispersa, cuyos sentidos sucumben a las notas del jazz y al libar un cardenal.
Puestos a elegir, preferiría a un fiscal general del Estado proclive a la comedia, pero, obviamente, en estos tiempos aquellos que acarician y detentan el poder no quieren desentonar y apuestan sin tapujos por el cine de terror.
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