Mostrando entradas con la etiqueta móvil. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta móvil. Mostrar todas las entradas

viernes, 26 de diciembre de 2014

Japos

En aquella España gris y en sus postrimerías, a la que tanto intenta parecerse la de hoy, los japoneses nos visitaban. Avanzaban en grupo y fotografiaban cualquier cosa que veían.
Hoy somos nosotros los que nos comportamos como aquellos japos. Tiramos de móvil, en cualquier circunstancia y lugar, para atrapar con la cámara una fotografía. Y una vez apresada, la liberamos en esa otra prisión que son las redes sociales.
Es un impulso, mitad consciente, mitad irreprimible, que nos lleva a desenfundar y disparar con un buen calibre de megapíxeles para lograr nuestra captura. No se trata de ser el más rápido. Todo se reduce a dos actos: fotografiar y mostrar. Si antes el que se movía no salía en la foto, ahora da igual. Quieto o en movimiento, todo es susceptible de pasar a la galería de la posteridad.
Lo efímero perdura por ahora en la red. El instante pierde su condición al prodigarse las visitas, los compartir, los me gusta, los favoritos y demás opciones que brindan facebook, instagram, twitter...
Y si surge la duda sobre qué fotografiar. No hay problema. Solos o en compañía de otros, nos hacemos una autofoto. Un autorretrato al que por aquello del esnobismo y por don de lenguas denominamos selfi. En la permanente búsqueda de la perfección se ha apostado por un brazo extensible para mejorar ángulo y campo de visión a la hora de hacer el autorretrato. Un artilugio que haciendo gala una vez más de ese don de lenguas recibe la refinada denominación de palo de selfie. 
Ahora no envidiamos aquellas modernas cámaras de fotos que colgaban del cuello de aquellos turistas japoneses. Ahora su tecnología está al alcance de nuestras manos; de hecho, reposa en ellas. Para nuestro servicio, presta a satisfacer nuestro impulso.

martes, 17 de marzo de 2009

El silencio del móvil

Decía el ex presidente Calvo Sotelo que lo que más notó al abandonar la Moncloa, al dejar de ser presidente, es que dejaron de sonar los teléfonos.
Yo no he dejado la Moncloa, ni siquiera algo parecido, pero mis teléfonos tampoco suenan. En numerosas ocasiones, más de las que quisiera, cojo el móvil y lo miro, como si pudiera presionarle para que sonara. Como si él tuviera la culpa y a la vez, fuera la solución. Él no puede hacer nada. Es un simple intermediario entre quien llama y quien responde. Pero yo lo miro, con una dosis de angustia, con una porción de necesidad y con una medida de esperanza.
Cuesta aceptar que no te llamen, que a pesar del número de currículum enviado no hay respuesta. Que nadie se acuerda de ti y que nadie va a llamar para ofrecerte un trabajo. Que siempre se van a acordar de otro antes que de ti. Incluso aquellos que creías tus amigos. Y pese a ello, cojo el móvil, lo miro y a veces lo zarandeo, como si el aparato no tuviera ya bastante con el timbre y la función de vibrador.
Quizás le pido demasiado a este pequeño celular, aunque quizás sólo sea cuestión de tiempo. Quién sabe, después de la cámara de fotos, la conexión a Internet y el correo electrónico, el GPS y tantas y tantas cosas imprescindibles en nuestras vidas, a lo mejor a alguien se le ocurre implantarle un chip o un chop. Así el móvil sería como esos robots capaces de reproducir emociones humanas. Se imaginan, el compañero del siglo XXI, mucho más que un móvil, un amigo, un camarada, un confesor, un cómplice… El único que no te fallará. Salvo, claro, que se le acabe la batería. Dichoso aparato; pues no sigue sin sonar.