Eso de la necesidad de
que transcurra el tiempo es algo que cualquier seguidor de los de antaño de los
Cero tiene más que asimilado. Ha vivido con ello durante dos décadas,
alternando ilusión con esperanza, incluso quizás con un exceso de optimismo,
que, sin embargo, al final obtuvo
su recompensa con una, no por menos deseada, inesperada resurrección.
Una vez más el tiempo ha transcurrido, y lo que iban a ser 42 años se convirtieron en uno más, porque el año pasado la lluvia decidió que 091 y sus seguidores deberíamos esperar ese año más, inevitablemente, para disfrutarlos en el escenario del Zaidín Rock. Así que 43 años más tarde, ahí estuvieron en ese festival que ya es leyenda en Granada.
Una vez más el tiempo ha transcurrido, y lo que iban a ser 42 años se convirtieron en uno más, porque el año pasado la lluvia decidió que 091 y sus seguidores deberíamos esperar ese año más, inevitablemente, para disfrutarlos en el escenario del Zaidín Rock. Así que 43 años más tarde, ahí estuvieron en ese festival que ya es leyenda en Granada.
Justo nada más entrar al
recinto suenan los primeros acordes de “Man with harmonica”, de Ennio Morricone.
Al escucharlos es inevitable ver a Charles Bronson apretando los dientes y la mirada
gélida de Henry Fonda. Pero también es inevitable pensar que es el preámbulo
para que los Cero pisen el escenario. Así es y así será, pero sólo cuando suena
“Zapatos de piel de caimán” es el momento de enloquecer, de dejarse llevar.
La media de edad de los
asistentes es muy alta. Lo seguirá siendo, porque ellos y nosotros peinamos
canas. Y hemos sobrevivido. La voz de ‘El Pitos’ ya no es la que era y ya
no lo será nunca. Da igual, porque en ese escenario de inevitabilidad es algo
que se acepta con naturalidad. Como un tributo a ese paso del tiempo, como lo
inevitable para permanecer arriba y abajo del escenario.
No somos una secta, pero
somos adictos, ceroadictos, e, inevitablemente, un directo de 091 es un chute
de energía. Una forma de saber que seguimos vivos y que el rock de los
granadinos sigue haciéndonos vibrar y evita que caigamos en un letargo de
conformismo, pero también de autocomplacencia.
No los había escuchado en
directo tras la incorporación de Víctor Sánchez en sustitución de ‘Chico’
Lapido. Pensaba que lo de Víctor iba a ser algo puntual, pero da la sensación
de que va a ser el quinto hombre de la banda. En una formación clásica, sin
teclados, que es la que se presentó en el Zaidín. Y que es mi predilecta.
A la espera del nuevo
disco, rodeado de demasiados rumores y escasas certezas, que si diciembre, que
si nueva discográfica…, sonaron más canciones de las deseables de “La otra vida”,
pero también sonaron bastantes de las habituales, esas que son un credo para los
viejos ceromaniacos. Y aunque faltó más de una, no hay peros, no hay
reclamación posible, porque fue un concierto generoso, más extenso de lo
habitual en un festival; aunque la paradoja es que supo a poco, porque con los
Cero, inevitablemente, siempre quieres más.
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