domingo, 2 de abril de 2023

Y los sueños...

 

Imagino desde el gallinero, donde habitamos los rezagados de cualquier nacimiento, un aterrizaje en el patio de butacas. Y durante ese vuelo efímero y sin retorno me siento un gigante. Anhelando un destierro donde no existe la soledad, tan sólo paz. A sabiendas de que no hay otro exilio que aquel que enajena de uno mismo. 
Y al cabo nada debo, más que un puñado de años buenos, malos y/o regulares que no pueden cobrarse con un pagaré, firmado o sin rubricar. Consciente de que una espina vale para un adiós y de que en el baúl de los cachivaches duerme un bolero ganso que espera ser hallado. Uno de esos de amores despechados y mucho cansancio. Uno que sirve para un epitafio. 
Cabalgo mi caballo de anís para beber un mar sin fin donde no se dibuja el horizonte y donde no existe la opción de elegir muerte, porque ella siempre está por llegar y porque no hay escape del carrusel. Así que la condena es caminar sobre las cenizas, propias o ajenas, sin perder la esperanza, pero sin posibilidad de que surja un nuevo fénix. 
Volar, al final todo se reduce a volar, a saltar al abismo con cera en las alas y muy cerca del sol para garantizar un aterrizaje imperfecto y definitivo. Miras atrás y sólo existe la coartada de que sea un sueño. 
Y en ese instante se escenifica el milagro de la vida, incluso para el escéptico que se enroca en un tratado de filosofía, cuando, a pesar de estar ausente el bandoneón, cuelgan las lágrimas de las cuerdas a las que Ángel arranca un lamento; las mismas que acompasa Rafa y de las que, probablemente, nunca llegarán unas gotas si quiera a humedecer las tablas de ese teatro en el que en una noche de abril se escribe una irrepetible historia. 
De puro guapo maqueamos el atardecer con esencia arrabalera, cuando el maestro D. Antonio Bartrina le da un vuelco a las cábalas, guiñando un ojo al destino y convirtiendo un tango en un salmo. Entonces, por un momento, se para el tiempo, volvemos la vista al ayer, a lo que fuimos, somos condescendientes con el presente y renunciamos a vislumbrar el futuro. En ese instante no hay vuelo que valga y sólo algunos son capaces de entrever en las sombras al dinosaurio. 

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