miércoles, 26 de septiembre de 2018

Castillo de naipes

Cuando el castillo de naipes se derrumba solo queda un puñado de cartas esparcidas. Son los restos de un naufragio sin la baraja marcada, porque en ese castillo los números o letras rojos o negros de las cartas carecen de valor. Pero eso sí, siempre estará en la sombra la dama de corazones, habitando en el territorio de la memoria entre las verdades rotas y las promesas incumplidas. Y el joker, boca arriba y con expresión burlona. 
La A de los ases asemeja un tejado que ya no cobijará a nadie y la mirada distraída sobre los ochos te muestra el infinito mientras nueves y seises juegan al engaño. En el suelo, los doses reiteran una innecesaria redundancia. Y el rey de trébol, como aquel emperador desnudo convencido de vestir elegantes ropajes, no logrará persuadirte de su suerte al no poseer siquiera un reino de papel. 
Los naipes son inconsistentes. Un golpe en la mesa, un soplo de aire o el impacto de un objeto desnudan su vulnerabilidad. Aún así albergan a la par fortuna y ruina. La experiencia te dice que ambas son transitorias y que aunque el castillo se derrumbe siempre podrás elevar uno nuevo sobre el tablero. También te enseña que puede ser duradero, pero nunca eterno. 
No hay que olvidar que las cartas siempre se mueven entre los dedos y que unas manos rápidas son capaces de crear espejismos donde desaparece el azar y solo pervive el deseo. 
Al contemplar el puñado de naipes esparcidos algunos infiernos parecen ahora lejanos. Sin embargo, los demonios nunca desaparecen del todo. Ni siquiera entre las cartas. 
La duda es si merece la pena levantar un nuevo castillo. Y la pregunta, sin respuesta certera, es ¿quién habita en el castillo de naipes?

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