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jueves, 24 de diciembre de 2009

Nana para un poeta

No se respetaron las vidas de los poetas. Los que no murieron aquí asesinados, en cárceles o en cunetas, fueron arrojados al exilio, desposeídos de todo, que debe ser otra forma de muerte. Lorca, Machado, Alberti, Cernuda…. la lista es larga.
Las descalificaciones y las agresiones han sido permanentes. En tierra propia o ajena. Vivos o muertos. Encarcelados o exilados. Siempre las armas contra las palabras. Y ahora, cuando callan las armas, vuelve la agresión; ahora, con el uso burdo del verso.
Ha sucedido en Orihuela y le ha tocado al poeta Miguel Hernández. No ha bastado con la cárcel, la muerte por enfermedad por ese encarcelamiento, la condena vigente… No era suficiente, porque para los herederos, ideológicos y de sangre, de la barbarie, nunca es suficiente. Ahora, en el centenario del poeta, lejos del homenaje suplen honra por deshonra.
Frente a la vileza no se me ocurre mayor inocencia que la imagen de un niño. Cuando supe que iba a ser padre escribí una nana para el hijo venidero, que resultó ser dos. Hasta hoy ha dormido callada y sin embargo, tengo a bien despertarla y acompañarla de “Nanas de la cebolla”, como homenaje a ese gran poeta de palabras y compromiso que fue y es Miguel Hernández.

“Duerme, niño mío,/ mientras yo juego con las palabras,/ tus sueños y mis versos se encontrarán al alba./Tu sonajero será campanillas de madrugada,/ y mi pluma hará el rocío con estrofas de plata./Abriré la ventana a la noche/ te traerá bajo la capa una nana,/ a mí,/ polvo de estrellas y rabos de pasas./ Los grillos tornarán en cascabeles,/ arpas nos parecerán las chicharras./ Duerme, niño mío, /duerme”. “Nana”, Carlos Serrano (2005).


“La cebolla es escarcha/ cerrada y pobre:/ escarcha de tus días/ Y de mis noches./ Hambre y cebolla,/ hielo negro y escarcha/ grande y redonda./ En la cuna del hambre/ mi niño estaba./ Con sangre de cebolla/ se amamantaba./ Pero tu sangre,/ escarchada de azúcar/ cebolla y hambre./ Una mujer morena/ resuelta en luna/ se derrama hilo a hilo/ sobre la cuna./ Ríete, niño,/ que te tragas la luna/ cuando es preciso./ Alondra de mi casa,/ ríete mucho./ Es tu risa en los ojos/ la luz del mundo./ Ríete tanto/ que mi alma, al oírte,/ bata el espacio./ Tu risa me hace libre,/ me pone alas./ Soledades me quita,/ cárcel me arranca./ Boca que vuela,/ corazón que en tus labios/ relampaguea./ Es tu risa la espada/ más victoriosa,/ vencedor de las flores/ y las alondras./ Rival del sol./ Porvenir de mis huesos/ y de mi amor./ La carne aleteante,/ súbito el párpado,/ y el niño como nunca/ coloreado./ ¡Cuánto jilguero/ se remonta, aletea,/ desde tu cuerpo./ Desperté de ser niño:/ nunca despiertes./ Triste llevo la boca./ Ríete siempre./ Siempre en la cuna,/ defendiendo la risa/ pluma por pluma./ Ser de vuelo tan alto,/ tan extendido,/ que tu carne parece/ cielo cernido./ ¡Si yo pudiera/ remontarme al origen/ de tu carrera!/ Al octavo mes ríes/ con cinco azahares,/ con cinco diminutas/ ferocidades./ Con cinco dientes/ como cinco jazmines/ adolescentes./ Frontera de los besos/ será mañana,/ cuando en la dentadura/ sientas un arma./ Sientas un fuego/ correr dientes abajo/ hincando el centro./ Vuela niño en la doble/ luna del pecho:/ él, triste de cebolla,/ tú, satisfecho./ No te derrumbes./ No sepas lo que pasa/ ni lo que ocurre”. “Nanas de la cebolla”, Miguel Hernández, (1938-1941).