miércoles, 1 de noviembre de 2017

Sin retorno

Llevo unos días dándole vueltas a la cabeza sobre si comprarme el último disco del maestro Lapido en vinilo o adquirir el cd. Soy consciente de que en realidad no hay debate, pero en la ciudad que habito comprar un disco es cada vez más difícil y al final tienes que recurrir a la compra online. De hecho he acudido en dos ocasiones a esos grandes almacenes del triángulo verde, reconocibles por todos, y ni siquiera estaba el disco. 
A mí con los discos me pasa como con los periódicos y los libros, me gusta sentirlos entre los dedos, acariciarlos, y recorrerlos con la mirada sin prisa, deteniéndome en cualquier detalle, incluso recreándome, y luego llevármelo puesto tras pasar por caja. 
No hay debate porque prefiero el vinilo. Porque sigue habiendo algo de ritual en su desembalaje, al arrancar el celofán transparente, al separar el cartón para agarrar suavemente el disco y extraerlo, al sujetarlo con las dos manos y contemplarlo de frente antes de desprenderlo de su última cobertura de papel. 
Hay algo de liturgia en levantar la tapa del giradiscos, en colocar el disco en el plato y esperar a que el brazo caiga con suavidad sobre él y la aguja recorra los surcos para que comience a sonar el primer tema de la cara A del Long Play. Y también hay algo de hechizo en ese baile continuo del disco sobre el plato mientras suena la música. 
En esas vueltas a la cabeza se me ha colado la creencia de que en estos tiempos se prestan menos libros y discos. Será cosa mía, pero ahora es menos habitual que vaya a echar mano a un libro o un disco, de esos que estoy seguro de poseer, y me encuentre con que no está; es decir, que no lo encuentre, y tras nuevas vueltas a la cabeza logre recordar que el libro o el disco ya no está, porque hace tiempo se lo presté a alguien, que, y eso si era demasiado frecuente, no te lo ha devuelto. No había retorno. Tengo un amigo que recuerda los libros prestados y no devueltos por el hueco en su estantería. A veces no sabe en un primer vistazo cuál es el libro sin retorno, pero el vacío es testigo de la ausencia. 
Quizás los compact disc se prestan menos a ser prestados porque es más fácil grabar una copia y regalar la copia. Ahora además con las descargas online hasta puedes prescindir del disco como objeto. Y el transporte pasa de ser algo físico a convertirse en virtual. 
A mí me sigue gustando más el disco como objeto, continente y contenido. Y no hablo ya de esos discos que llevan décadas con uno; no solo aquellos a los que el paso del tiempo ha convertido en deseo de coleccionistas, me refiero a cualquiera de los que andan por casa, inmóviles pero andan, y con los que te tropiezas de vez en cuando para hacerte viajar en el tiempo y recuperar recuerdos a través de la funda y la música: una fiesta, una chica, unos amigos, un momento, el tiempo que creíamos que nunca volvería y que ahora retorna como el espejismo que desaparece al aproximarnos.
Me siguen gustando los discos de vinilo negro y sus fundas de colores, aunque el disco que nunca olvido es aquel Single de vinilo multicolor que narraba el cuento de Blancanieves. Ese lo conservo y creo que nunca le daré la opción de que retorne.

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