lunes, 19 de octubre de 2009

El amigo de Garzón

De Torres, provincia de Jaén. También culé. Y abogado. Amigo del juez desde la infancia; de los de toda la vida. Socialista de carné y por convicción. Adscrito a Izquierda Socialista (IS), la de Gómez Llorente y Pablo Castellano; la de Santesmases y De la Rocha; lo más decente del PSOE junto al absorbido PSP.
Siempre se quejó de que su partido en la ciudad en la que habito nunca contaba con IS, hasta que tras muchos años de olvido fue nombrado candidato a la Alcaldía. Sin primarias. Mal aconsejado por compañeros y adláteres pensó que había ganado sin ni siquiera bajar del autobús, sin poner los pies en el suelo. Y se metamorfoseo en lo que no era. Después vino el estrépito de la caída y con ella, la soledad del fracaso. Pudo ser un magnífico alcalde, pero se quedó en líder de la oposición municipal y de ahí al Consejo Consultivo de Andalucía, en uno de esos viajes políticos que tantas ampollas y suspicacias levantan.
Pero por encima de todo, amigo de sus amigos. Y es la amistad la que le lleva y le ha llevado siempre a defender a Baltasar Garzón. En especial ahora, cuando los de las manos limpias, las mentes sucias y el corazón negro amparados por la justicia apuntan y disparan con la esperanza esta vez sí de cobrar la pieza.
El juez de las luces y las sombras ha osado hacer lo que nunca alguien imagino que se pudiera hacer: no limitarse al huevo de la serpiente, no contentarse con la serpiente, sino alcanzar también el nicho de la serpiente. Pienso que ha renunciado a buscarse entre las estrellas del firmamento para hurgar en la tierra y ofrecer dignidad y justicia a los ausentes, a los habitantes de fosas, pozos y cunetas. Ha decidido no esperar a que sea la Historia quien juzgue y que sean los jueces quienes hagan su trabajo, aunque lo hagan con demasiados años de retraso y ni la propia Historia pueda ya ocultar la ignominia. Y por eso, ha puesto también sobre la mesa algunos nombres y apellidos, entre ellos los del dictador, de los responsables de la represión y de los asesinatos.
Bajar a la feria conlleva esto, encontrarte con la familia y con amigos y conocidos que por la rutina no ves con frecuencia. También supone una confraternización entre periodistas y políticos y demás representantes de los distintos poderes. Nos vemos y nos damos un abrazo, porque Marcos Gutiérrez Melgarejo, además de ser amigo del juez y su permanente defensor, es amigo de la familia. Un amigo muy querido. Intercambiamos cordiales formas de saludos e interés por la familia. Está entusiasmado con su pequeña y única nieta. Y también le pregunto por su amigo. Es viernes y esta mañana han anunciado que la querella sigue adelante. Van a por él, le digo.
Él lo sabe. ¿Son los hijos de los genocidas? Pertenecen a la hornada de los años sesenta. Se les distingue por la toga y porque van “armados” con las leyes, pero aún así no pueden engañar a casi nadie, salvo a aquellos cuyos progenitores y allegados crecieron en el nicho de la serpiente.
No podemos dejarle solo, me dice. El día 9 será investido doctor honoris causa por la Universidad y hay que estar allí. No está solo, le digo y además, él sabe que no está solo. Marcos me mira muy serio y me dice más serio que aún así hay que ir el día 9 a arroparlo, a demostrarle que no está solo. Y lleva razón, no hay lugar ahora para matices o fisuras, hay que estar junto al juez Garzón. Porque entre otras cosas estar el día 9 con Garzón es defender la justicia y la dignidad de los represaliados y de los asesinados y de sus familias.
La feria terminó ayer, pero estas cosas me hacen replantearme si hago bien en bajar, aunque sólo sea un día. Porque encontrarme con Manolo “Picardías” y encontrarme con Marcos Gutiérrez me hace ser consciente de que todavía queda demasiado camino por recorrer.

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