domingo, 5 de agosto de 2018

La hora del Salambó

Es fácil o difícil explicarlo. Lo mismo que comprenderlo. El camino tiene los mismos pasos hacia adelante o hacia detrás. Supongo que todo se reduce a la interpretación. Y no me refiero al teatro o a cualquier otra demostración de poderío en artes escénicas. Es algo más mundano. Pero como tantas cosas en la vida requiere un conocimiento previo. Y eso en los tiempos actuales no es que sea un espejismo, es que parece algo inalcanzable. Aún así poco cuesta asirse a la esperanza.
No se me alarmen. Es una exhibición de debilidad. O de fortaleza. O de ninguna de ambas. Vicio o disfrute. Nostalgia. Envidia sana. Reconocimiento. Juanito El Andariego on the rock.
Puede que no sea más que una demostración del quiero y no puedo. Una constatación romántica de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No se engañen, a pesar del idealismo hace muchas lunas que soy consciente de que el hoy ya no es ayer y apenas brinda algo de futuro.
Y sin embargo me gusta pensar que un rato en el Salambó es como parar la máquina del tiempo. Voy siempre que puedo, al filo de la medianoche. Pido un Juanito El Andariego en vaso corto con agua con gas. Es curioso o patético, siempre o casi siempre me siento en la misma mesa o en la de al lado, frente a las fotografías de aquel tiempo que fue y no volverá. Y mirando esas lámparas que me parecen cigarrillos invertidos a la espera de unos labios imposibles que los atrapen y exhalen el humo.
Pienso en cómo me hubiera gustado estar allí una de aquellas noches con ellos. Solo una. Hubiera estado callado. Creo. Hubiera compartido el humo del tabaco y unos tragos largos. Los hubiera observado y oído debatir sobre la obra y autor más idóneo para el veredicto final.
Ahora es tiempo, tristemente, de señalar las ausencias definitivas más que los hipotéticos retornos.
Y es tiempo de reconocer que las hojas del calendario cayeron para no volver. Queda el poso. Las reminiscencias a las que uno quiera asirse. Y la nostalgia. No hay ninguna mayor o igual a aquella que nunca se ha conocido. Heredada. Aprehendida. Soñada. Supongo que da igual. Las manecillas del reloj van a avanzar lo mismo. Ese camino de 24 horas que parece poco, mucho o eternidad.
No hay mucho más allá de la mirada. Pero es un lujo al menos poder contemplar a quien da cuerda al reloj.


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