Los humanos somos unos grandes generadores de basura. Hay animales que también generan residuos, pero ni de lejos alcanzan las cifras de detritus producidas por los humanos. Estos residuos son fácilmente reconocibles en nuestro entorno, no se salva ni la naturaleza ni la urbe. Y sin embargo, los más nocivos son los que asimilamos por oídos y ojos, propagados por la boca a través de la voz y cuyo origen supuestamente está en el cerebro.
Algunos de estos residuos no son aptos para paladares exigentes, mientras otros constituyen la dieta diaria de consumidores voraces, aunque a pesar de unos y otros la ingesta de inmundicia forma ya parte de nuestra rutina.
Podríamos establecer diferentes tipos o categorías de residuos, pero no vale la pena porque al final no cambia su condición de desecho. La basura es basura, con independencia de quien la arroja.
Basura es el anuncio indiscreto por parte de una ministra y fuera de plazo en el calendario, ¡estas cosas no se hacen en pleno mes de agosto!, de una subida de impuestos por parte del gobierno de la nación. Del mismo modo que es basura su presunta máscara de globo sonda o los matices posteriores de otros ministros e incluso del presidente del gobierno.
Basura es que el jefe de la oposición, incapaz de limpiar su propia basura en Valencia, Madrid y Baleares, permita el veto a las preguntas de los periodistas o la expulsión de éstos de una sala cuando comparecen los dirigentes de su partido o él mismo para esparcir la basura del gobierno y no dar cuentas de la propia. Porque también es basura acusar sin pruebas a diestro y siniestro y no asumir responsabilidades, recibir regalos y asegurar que se han pagado cuando eso no es cierto o confundir deliberadamente trajes con anchoas para camuflar bolsos de Vuitton.
Basura es el silencio y la servidumbre de medios de comunicación y periodistas ante el poder político, ante las ruedas de prensa sin preguntas, ante las grabaciones y declaraciones “enlatadas” y ante los mítines o actos públicos televisados.
Y basura por excelencia es lo que arrojan algunas televisiones, no me refiero a los vertederos abiertos al público en los telediarios, sino a esos programas instalados en la sobremesa y en el ¡prime time! de algunas cadenas; a los que se une un extenso catálogo de despojos durante el estío.
Y por supuesto, es basura que un medio de comunicación como El Mundo dedique tiempo, talento y esfuerzo de sus profesionales y espacio en sus páginas a criticar la telebasura, para acabar “fichando” al residuo del tomate, muñequito diabólico con pretensiones de convertirse en monarca de los desperdicios, y rendir una columna a sus pies.
Demasiada basura y pocos o ningún basurero para recogerla.
Algunos de estos residuos no son aptos para paladares exigentes, mientras otros constituyen la dieta diaria de consumidores voraces, aunque a pesar de unos y otros la ingesta de inmundicia forma ya parte de nuestra rutina.
Podríamos establecer diferentes tipos o categorías de residuos, pero no vale la pena porque al final no cambia su condición de desecho. La basura es basura, con independencia de quien la arroja.
Basura es el anuncio indiscreto por parte de una ministra y fuera de plazo en el calendario, ¡estas cosas no se hacen en pleno mes de agosto!, de una subida de impuestos por parte del gobierno de la nación. Del mismo modo que es basura su presunta máscara de globo sonda o los matices posteriores de otros ministros e incluso del presidente del gobierno.
Basura es que el jefe de la oposición, incapaz de limpiar su propia basura en Valencia, Madrid y Baleares, permita el veto a las preguntas de los periodistas o la expulsión de éstos de una sala cuando comparecen los dirigentes de su partido o él mismo para esparcir la basura del gobierno y no dar cuentas de la propia. Porque también es basura acusar sin pruebas a diestro y siniestro y no asumir responsabilidades, recibir regalos y asegurar que se han pagado cuando eso no es cierto o confundir deliberadamente trajes con anchoas para camuflar bolsos de Vuitton.
Basura es el silencio y la servidumbre de medios de comunicación y periodistas ante el poder político, ante las ruedas de prensa sin preguntas, ante las grabaciones y declaraciones “enlatadas” y ante los mítines o actos públicos televisados.
Y basura por excelencia es lo que arrojan algunas televisiones, no me refiero a los vertederos abiertos al público en los telediarios, sino a esos programas instalados en la sobremesa y en el ¡prime time! de algunas cadenas; a los que se une un extenso catálogo de despojos durante el estío.
Y por supuesto, es basura que un medio de comunicación como El Mundo dedique tiempo, talento y esfuerzo de sus profesionales y espacio en sus páginas a criticar la telebasura, para acabar “fichando” al residuo del tomate, muñequito diabólico con pretensiones de convertirse en monarca de los desperdicios, y rendir una columna a sus pies.
Demasiada basura y pocos o ningún basurero para recogerla.
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