martes, 26 de marzo de 2024

Mañana de poetas

 
Hoy han amanecido las montañas de enfrente con una cresta de nieve. Ahora la lluvia ha parado y ha salido el sol, pero el cielo vuelve a nublarse paulatinamente y es cuestión de tiempo que el agua vuelva a caer. En esta mañana de martes iba a planchar, y como no me gusta planchar siempre encuentro alguna excusa que no me aleja de la plancha, pero demora mi encuentro con ella. 
Esas montañas blancas me han recordado los versos de un poeta y he ido en su busca para recordar el poema. Esa ha sido mi excusa de hoy. Porque de un poeta he pasado a otro y de la mano de los versos he visitado un libro y otro en ese viaje que siempre proponen la poesía y la literatura en general. 
He abierto el poemario de Rafael Porlán, acompañado por la banda sonora de “Chico&Rita” (ese regalo audiovisual de Fernando Trueba y Javier Mariscal). He buscado los versos y no los he hallado, porque en realidad eran pluma de otro poeta. Así que de sus “Poesías” he pasado a la “Obra Poética”, de Rafael Palomino Gutiérrez. Porlán cordobés, murió en Jaén, y Palomino nació en esa ciudad. Y ello me ha llevado a pensar en que ambos poetas serían etiquetados, probablemente lo hayan sido ya, como giennenses. Con un etiquetado marcado no por origen o final, no por la pertenencia, sino por un provincianismo rancio equiparable a esos nacionalismos que tanto repudian precisamente esos que a menor escala exigen en esencia lo mismo. Y, claro, no he podido evitar pensar en Antonio Machado y su casino provinciano. No en un casino físico, no en ese espacio de encuentro sino en un casino edificado en el interior de algunas cabezas, esas que como dijera el poeta “embisten” desde su propia inconsciencia e ignorancia. 
De Rafael Palomino Gutiérrez me gusta mucho el poema “Si las horas fueran barcos”, pero los versos difusamente recordados al contemplar la nieve en las montañas pertenecen a su poema “Paisajes jaeneros. Sentimiento y alma” y son estos. “…Que quieras o que no quieras, las montañas y olivares son tu límite, tu marco de transparentes cristales…”. Alimentado el recuerdo me dejo llevar por otros versos e inevitablemente su “Escribo a Rafael Alberti” me conduce al poeta gaditano. Al tener los 3 libros frente a mí caigo en el hecho, no sé si casual o fruto de los indescifrables hilos del destino, de que los 3 poetas comparten nombre de pila; RA-FA-EL, como escribiera Palomino en uno de sus poemas dedicado a Porlán. Los tres rafaeles, pienso. 
Leo la “Balada para los poetas andaluces de hoy”, escrito en la década de los 50 por Alberti, y vuelvo a Palomino y a su poema escrito dos décadas después. ¿Qué cantan, qué miran, qué sienten los poetas andaluces de hoy? Una pregunta vigente en este martes de 2024. Y me quedo con estos versos de RA-FA-EL Palomino, “…El poeta es aire y voz del mundo, aun desde su torre más pequeña”. 
Y termino este viaje visitando la “República del aire”, de otro poeta andaluz, Joaquín Fabrellas, y su poema “Salmo del caído” para detenerme en este verso: “…Siéntete el pájaro asustado que no sabe qué hacer con tanto aire..”. 
Ahora voy a trasplantar una maceta. Ignoro si hay poesía en ello, pero hay vida, igual que en los poemas. 
La plancha puede esperar.


lunes, 25 de marzo de 2024

Amigos y conocidos

Quizás, y digo conscientemente quizás, no sea fácil fijar la raya que separa los amigos de los conocidos. Quizás tan poco sea relevante, que es una forma educada de expresar que es irrelevante. 
Hoy me he visto entre amigos y conocidos. Y quiero pensar que esos nuevos conocidos, por cuestiones que no vienen al caso, son futuros amigos. Es todo discutible y matizable. Y…, veinte mil cosas más. Pero en el mapa de los afectos esos conocidos tienen un espacio presente y uno futuro. No es cuestión de generosidad, es convicción y algo muy fácil de entender y de asimilar, al menos en un universo conocido. La rueda de la vida gira, con una pizca de capricho y con una dosis de algo que puede ser el azar, el destino o vaya usted a saber qué. Pero hay una línea que dibujan los afectos. Y en esa línea nos encontramos. Los afectos se dibujan en la mirada, en los gestos y en una historia pasada, en un relato común que nos identifica y nos acerca. 
Es cierto que no partimos de cero. Que nos unen puentes cimentados en el cariño, en el respeto, en la pasión y el apego por la creación artística y, sobre todo, por la fraternidad, entendida como algo que prima la relación entre las personas más allá de la sanguinidad. Y también hay algo que trasciende, que es o puede ser desconocido para muchas personas, pero que une a aquellas que conocemos esa historia de nuestros ancestros que no está escrita, pero que el paso del tiempo convierte en una historia que merece la pena ser conservada y transmitida. Las historias que superan el tiempo, que limitan la épica o son relatos de amor y desamor, son aquellas que sustentan lo escrito y puede que parte de lo vivido durante siglos.
En ese mapa de los afectos vivimos y nos movemos ocasional o perennemente. Trazamos las líneas que dibujan una frontera imaginaria y soñamos con lo inconquistable del territorio. Escondemos la vulnerabilidad en un mapa ficticio, el mismo que hacemos preso en una botella que probablemente nunca arrojemos al océano y que, sin embargo, siempre será la luz que aunque no brille ilumina nuestros pensamientos. 
Eso y pensamientos similares han agitado hoy mi cabeza mientras compartíamos mesa y mantel en una noche de Domingo de Ramos en la que por un momento he divagado o quizás, siempre los quizás como evidencia de la incertidumbre, me he dejado llevar por algo del ayer y algo del hoy que nos une, nos hermana y nos hace, probablemente desde la inconsciencia, mejor de lo que somos. 
Lo voy a contar sin detalles. Muy resumido. Seguramente, excesivamente resumido. Les diré que esta historia afecta a tres generaciones y que varios representantes de esas tres generaciones nos sentábamos hoy a esa mesa. Es una historia de amor entre él y ella sin final feliz. Él era mi padre. Conocí la historia por él. Y les aseguró que le persiguió durante toda su vida. El resumen es que se querían, se quisieron y no pudo ser. Y el resultado de aquello fue la infelicidad. Hasta ahí les pertenece o les pertenecía a ellos. Pero la vida es traviesa, maliciosa o justa y reparadora o qué se yo. Lo cierto es que ella tenía sobrinas y que la vida en diferentes momentos nos ha ido reuniendo a ellas y a mí. Ninguno sabemos dónde habría desembocado aquello. Queremos creer que habrían sido felices. Y lo paradójico es que en esa virtual felicidad yo no habría existido. Pago el peaje, consciente de no saber si esa felicidad hubiera perdurado en el tiempo. 
Aún así, ese desamor nos une a una serie de personas. Ha servido para trazar un mapa de afectos en el que sin renunciar y olvidar esa historia, bella y triste historia, nos miramos a los ojos, nos vemos las caras y nos sonreímos. 
 
A Mima Cañada. 

viernes, 1 de marzo de 2024

Blood on the tracks (con permiso Mr. Dylan)

He vuelto a andar. Escrito así parece como si hubiera estado impedido para hacerlo. Pero no, he retomado esas caminatas, generalmente vespertinas, que había abandonado por el tiempo y la salud. Unos seis kilómetros diarios, en torno a una hora andando entre olivos por un camino de tierra. 
Una hora en la que estás como alejado del mundo. Oyes los coches pasar por la cercana carretera e incluso, de vez en cuando, pasa alguno por el camino de tierra. También de vez en cuando te cruzas con otros caminantes, corredores, paseantes de perros, algún ciclista y hasta un caballo. 
Hoy al regresar, una ducha y un disco de Dylan, “Blood on the tracks”; probablemente el mejor disco del Viejo Bob, aunque tratándose de él es aventurado afirmarlo. 
La caminata es un remedio contra el anquilosamiento. Y a la vez, una desconexión del mundo, aunque esta nunca sea total. Contemplas el paisaje, asistes a un atardecer de esos que los fotógrafos soñaban con atrapar y que ahora se captura con el móvil en un abrir y cerrar de ojos y eres capaz de pensar las cosas más diversas, algunas extremadamente locas. Piensa en el hoy, en el ayer y en ese mañana, ese puto mañana que nunca acaba de llegar. Quizás todo se reduzca a una cuestión de tiempo, el transcurrido o el que ha de pasar. Quizás no llegue nunca. 
Hoy me he cruzado con apenas cuatro o cinco personas y con un perro color canela, me ha mirado como diciendo ‘este no es mi humano’ y me ha sonreído con la mirada de la misma manera que yo a él al coincidir nuestras miradas. He pensado que ninguno de los dos estamos ya para corretear mucho, pero todavía somos capaces de hacerlo, aunque fuéramos en dirección contraria. 
Escucho a Dylan y eso me place. No es que antes no lo hiciera, pero hubo una época en que llegué a detestarlo por esa otra música en la que, desde mi punto de vista, ser perdió. Le escucho y entiendo porque le dieron el Nobel de Literatura. En su día no acababa de aceptarlo, no porque no lo mereciera, pero me costaba entender cómo se lo otorgaban a él cuando no lo habían hecho con Borges, Cortázar o mi admirado Juan Gelman. Ahora escucho su música y comprendo el relato, ese viaje de días y de décadas que nos ha traído hasta aquí. 
Dicen que este disco habla de una ruptura y que en sus letras hay ira, angustia y soledad. También alguien dijo que las canciones eran largas y sonaban todas igual. Es posible que fuera así. Pero lo que es indudable es que este disco recorrió un largo camino y en algún momento de su caminar llegó a su mañana.