martes, 31 de marzo de 2020

La pandemia

Cada uno es libre de creer lo que quiera y dar crédito a quien estime oportuno, pero lo cierto es que estamos viviendo un hecho extraordinario, una pandemia global que no hemos visto venir y para la que no estábamos preparados. Lo mismo que la mayoría no estamos preparados para morir. Y a raíz de este episodio me planteo que tampoco estamos preparados para vivir o para cambiar nuestra forma de vivir. 
Lo innegable es que esta pandemia se está cobrando víctimas en todos los países por los que se extiende. Cualquiera es capaz de comprender que en un momento así lo fundamental es sumar. Y de eso tenemos a diario maravillosos ejemplos de trabajadores de distintos ámbitos y de personas anónimas que aportan su granito de arena, sin pedir o negociar nada a cambio. 
También tenemos los casos opuestos, aquellos que son capaces de mostrar lo peor de sí mismos, esparciendo hiel y mala baba con la palabra y los hechos. Ajustando cuentas y contribuyendo a propagar el virus del miedo y el reproche; tan dañino como el que más. 
Cuando esto pase, no ahora, será el momento de recabar datos y pedir responsabilidades, más allá de fanatismos y pesebres y a sabiendas de que responsable no siempre es sinónimo de culpable. Como dejó escrito y cantado Leonard Cohen: “Hay una nana para el sufrimiento y una paradoja para la culpa”. 
No es por ser aguafiestas. Y ojalá yerre. Pero no creo que el día después vaya a haber grandes cambios. Temo que como en la fábula del escorpión y la rana, se impondrá la naturaleza del escorpión; la de aquellos que ven números y no personas. 
Cuando esto acabe, habrá también que desmitificar el periodismo y recordar que su compromiso es informar con veracidad a la sociedad y no contribuir a la indecencia. 
Por eso quiero terminar dando un aplauso y las gracias a mis compañeros que desde los medios de comunicación están al pie del cañón, ofreciendo una información veraz y apostando por el periodismo. 
Gracias, ánimo, paciencia y salud.

Mi artículo para SER Úbeda (Multimedia jiennense), del 31 de marzo de 2020.

lunes, 30 de marzo de 2020

El reloj de "Picardía"

En algún momento llega ese día en el que el relojero deja de dar cuerda al reloj. Y a partir de ahí es cuando el horario y el minutero recorren la esfera varias veces hasta pararse o lo que es lo mismo hasta marcar el final. 
Estos días se están parando demasiados relojes. Entre ellos, el de Manuel García “Picardía”. Manolo era comunista, un buen comunista. Habrá quien piense que todos son buenos y los habrá convencidos de lo contrario. Eso es lo de menos. Manolo, buena persona, ejercía esa bondad en sus convicciones ideológicas y en su militancia. 
Llevaba tiempo sin verlo y no ha mucho pregunté por él a un común conocido. Andaba más cerca de los 100 que de los 90 y a esas edades uno sabe que en cualquier momento el relojero deja de dar cuerda a tu reloj. 
Lo conocí allá por los años noventa en la sede que Izquierda Unida tenía en la calle Millán de Priego de Jaén. Fue la primera campaña electoral que hice para un partido político como responsable de prensa; luego vendrían otras en IU y más tarde, en el PSOE y el PA. 
Los periodistas teníamos el hábito de frecuentar la caseta de IU en la Feria de San Lucas para dar buena cuenta de los mojitos del Rincón Cubano o para comer algo y allí me volví a reencontrar con Manolo, siempre el primero para arrimar el hombro. 
Así que cada mes de octubre, con independencia de que en alguna otra ocasión me lo cruzara por la avenida de Granada, dado que IU había trasladado su sede allí, se producía un nuevo reencuentro. Manolo venía de Torredonjimeno, el pueblo de mi abuelo, y mientras duraba la Feria, una semana, diez o doce días, no faltaba a su cita en la caseta. 
Siempre que me veía me llamaba niño. Y a mi santa, niña. Y cada año le comprábamos un décimo de lotería de navidad, con el impuesto para la causa, y también caía de vez en cuando un pañuelo o una camiseta de El Che. Me alegraba verle y yo sé que el también se alegraba cuando me veía. 
Recuerdo que una vez se le humedecieron los ojos, la emoción le pudo al hablar de aquellos tiempos en los que el sueño estuvo tan cerca. Y otra vez, nos contó un viaje que había hecho a Moscú. Y también recuerdo que dijo que él no vería la Tercera, pero que llegar, llegaría. 
Era una persona entrañable, de esas que se hacen querer y respetar sin estridencias, con la humildad como tarjeta de visita y con el conocimiento que no se adquiere en los libros pero que da la vida. 
Con él se va una parte de la historia de los vencidos, a los que paradójicamente nunca lograron derrotar. Con él desaparece también una forma de entender la vida con lealtad y de mantener la dignidad frente a la adversidad. 
Nunca olvidaré a ese viejo camarada al que hace unos días se le paró definitivamente el reloj.

domingo, 29 de marzo de 2020

El mañana

Mañana no habrá trincheras con forma de ventana. Las manos no irán envueltas en látex. Y al desaparecer las máscaras se podrá contemplar una sonrisa en el rostro. 
Se acortarán las distancias. Dos podrán volver a ser uno. Y en pocos metros habrá menos lugar para la soledad. 
Las risas y los llantos se fundirán con los hielos del vaso. Se abrirán los brazos como una invitación. Fluirá el verbo. Y los ojos se volverán a encontrar en ese espacio que invita a la convivencia o a la intimidad. 
Sonará la música en los corazones. Los pasos marcarán el ritmo perdido en las baldosas de pasillos y habitaciones. Un chasquido de dedos y una inclinación de cabeza serán la señal para girar. Dejaremos atrás el baile del claroscuro. Y dibujaremos sobre el piso una pirueta sin final. 
Mañana intentaremos que las palabras dichas sean más hermosas que las palabras pensadas. Llamaremos a las cosas por su nombre. Y arrebataremos al papel o la memoria los pensamientos dulces del confinamiento. 
Atraparemos la luz para desdibujar las sombras. Saldrá el sol. Y la tarde será la innecesaria excusa para esperar a la luna. 
Mañana compraremos flores en la plaza del Pósito, niña Paula. Flores de tallos y espinas. Sin artificios, porque tocará desnudar la verdad y será innecesario adornar la mentira. Y festejaremos que somos y estamos. 
No habrá licor más amargo que un recuerdo triste. Brindaremos por los ausentes. Y sentiremos la vida deslizarse por nuestras gargantas. 
De pie o sentados esperaremos a ese mañana que está por llegar. Donde nos reencontraremos tú, yo y los demás supervivientes. Cuando el espejismo se torne realidad o cuando consigamos despertar.

sábado, 21 de marzo de 2020

Es 21 de marzo

La primavera nos ha traído un día gris. Acorde con esos otros días de este momento que estamos viviendo. Y aún así, en el fondo pervive la esperanza de que salga el sol, de poder constatar que como escribía el poeta “la primavera ha venido”. 
Otro 21 de marzo. Pero no he podido contemplar el jaramago, la primera flor de la primavera. Aunque siempre crece y florece en mi memoria. 
Hoy predomina el claroscuro. Con tendencia a las sombras. Cuando es más necesario que nunca buscar la luz. Y aferrarse a ella. Abrazarla como si estuvieras aquí. A sabiendas de que es un espejismo. 
Y me invade la duda. Porqué no sé si hubieras podido aguantar el confinamiento. Los primeros días habrías salido, pero la realidad de una ciudad cerrada y vacía te hubiera hecho desandar los pasos con esa congoja que en ocasiones produce la soledad. Y a regañadientes y por obligación, como todos, hubieras aceptado ese encierro, que para tí además hubiera sido condena. Puede que con el paso de los días te hubieras adaptado, pero la incertidumbre del tiempo a penar te habría devorado entre cuatro paredes. 
He oído llover. Y por un momento no he sabido si esa lluvia era real o era la que cae en los corazones. He pensado que era el recuerdo golpeando en la ventana de mi cabeza, impetuoso por salir. Y he llegado a creer que el agua de esa lluvia puede traer mensajes del más allá; gotas más rápidas y más cortas, gotas que al caer producen sonidos más fuertes y más débiles, un morse entre dos mundos. 
A la lluvia la sustituye un aplauso. Porque ahora casi todo se reduce al reconocimiento de un aplauso. Hemos aprendido que los abrazos y los besos no solo nos los arrebata la muerte. Y quizás anotemos esos besos y esos abrazos en la hoja de una libreta con los debes y los haberes. Tarde, como siempre tarde. 
La primavera ha venido. Sigue pareciendo un invierno.

martes, 17 de marzo de 2020

Cuando esto pase

Cuando la pandemia pase, que como todo pasará, será el momento de preguntarnos si hemos aprendido algo y si va a servirnos para hacer las cosas de otra manera o simplemente, para ser distintos y a ser posible algo mejores. 
Hoy quiero creer que al menos a la mayoría nos ha servido para valorar aquello que formando parte de lo cotidiano y de la rutina quizás no sabíamos apreciar en su medida. Actos como tomar un café, deambular por la calle o asistir a un evento cultural. Y, lo que me parece fundamental, si nos ha servido para descubrir la necesidad que tenemos de los otros seres humanos. No de todos, evidentemente, pero sí de bastantes de ellos. 
El confinamiento nos obliga a convivir con uno mismo o con un grupo muy reducido de personas, sean familia o no. Y exceptuando esporádicos encuentros con terceros en las contadas y obligadas salidas, esa es la única presencia física que acompaña al que no habita en soledad. 
Me gusta pensar que cuando esto acabe los dispositivos tecnológicos serán para facilitarnos la vida y no ese mundo virtual en el que voluntariamente nos recluimos. Quiero pensar que cuando el sol o el viento vuelvan a acariciarnos el rostro relegaremos a esos dispositivos al lugar que deben ocupar y daremos espacio a las personas. 
Quizás parezca una ingenuidad o una temeridad imaginar el descubrimiento (redescubrimiento) del otro o de los otros. Buscar la silueta, incluso reconocer a la persona que la dibuja a cierta distancia por su cadencia al andar, por un rasgo físico o por escuchar su voz anunciando su proximidad. Reencontrarnos en la mirada. Y sí, abrazarnos, besarnos, sentir el contacto de la piel. 
Porque somos carne, huesos, venas, arterias, hígado, pulmones, estómago, no se cuántos metros de intestinos, cerebro y corazón. Y eso unitariamente puede que no sea importante, pero en conjunto es lo que somos. Luego le añadimos aprendizaje, hábitos, experiencia y comportamiento y el resultado es lo que nos define como seres humanos. Y nos mostramos a los demás, pero también a nosotros mismos, en nuestra relación o interacción con el resto de seres vivos y el entorno. 
Y ahora estamos escasos de ello. Casi huérfanos. Soñando con ese día en el que abriremos de nuevo las puertas sin temor. Anhelando los reencuentros. Sabiendo que hemos sido víctimas y que hemos sufrido un desgarro profundo, aunque en algunos casos no queramos o no podamos reconocerlo. 
Cuando llegue ese día será el momento de comenzar a cerrar la herida. Y para ello será imprescindible alargar la mano y saber que hay alguien esperando al otro lado. Será necesario que cuando levantemos la vista hallemos cobijo en otras miradas. Será bonito estar.