martes, 17 de marzo de 2020

Cuando esto pase

Cuando la pandemia pase, que como todo pasará, será el momento de preguntarnos si hemos aprendido algo y si va a servirnos para hacer las cosas de otra manera o simplemente, para ser distintos y a ser posible algo mejores. 
Hoy quiero creer que al menos a la mayoría nos ha servido para valorar aquello que formando parte de lo cotidiano y de la rutina quizás no sabíamos apreciar en su medida. Actos como tomar un café, deambular por la calle o asistir a un evento cultural. Y, lo que me parece fundamental, si nos ha servido para descubrir la necesidad que tenemos de los otros seres humanos. No de todos, evidentemente, pero sí de bastantes de ellos. 
El confinamiento nos obliga a convivir con uno mismo o con un grupo muy reducido de personas, sean familia o no. Y exceptuando esporádicos encuentros con terceros en las contadas y obligadas salidas, esa es la única presencia física que acompaña al que no habita en soledad. 
Me gusta pensar que cuando esto acabe los dispositivos tecnológicos serán para facilitarnos la vida y no ese mundo virtual en el que voluntariamente nos recluimos. Quiero pensar que cuando el sol o el viento vuelvan a acariciarnos el rostro relegaremos a esos dispositivos al lugar que deben ocupar y daremos espacio a las personas. 
Quizás parezca una ingenuidad o una temeridad imaginar el descubrimiento (redescubrimiento) del otro o de los otros. Buscar la silueta, incluso reconocer a la persona que la dibuja a cierta distancia por su cadencia al andar, por un rasgo físico o por escuchar su voz anunciando su proximidad. Reencontrarnos en la mirada. Y sí, abrazarnos, besarnos, sentir el contacto de la piel. 
Porque somos carne, huesos, venas, arterias, hígado, pulmones, estómago, no se cuántos metros de intestinos, cerebro y corazón. Y eso unitariamente puede que no sea importante, pero en conjunto es lo que somos. Luego le añadimos aprendizaje, hábitos, experiencia y comportamiento y el resultado es lo que nos define como seres humanos. Y nos mostramos a los demás, pero también a nosotros mismos, en nuestra relación o interacción con el resto de seres vivos y el entorno. 
Y ahora estamos escasos de ello. Casi huérfanos. Soñando con ese día en el que abriremos de nuevo las puertas sin temor. Anhelando los reencuentros. Sabiendo que hemos sido víctimas y que hemos sufrido un desgarro profundo, aunque en algunos casos no queramos o no podamos reconocerlo. 
Cuando llegue ese día será el momento de comenzar a cerrar la herida. Y para ello será imprescindible alargar la mano y saber que hay alguien esperando al otro lado. Será necesario que cuando levantemos la vista hallemos cobijo en otras miradas. Será bonito estar.

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