miércoles, 21 de diciembre de 2022

Lotería

Mañana es la lotería de la Navidad. Ilusión, esperanza, costumbre, adicción…, y después, a ver si la próxima tenemos más suerte. Recuerdo que el bueno de Domingo, burgalés y mesonero en Malasaña, me decía que el 22 de diciembre era el ‘Día de la Salud’; las viejecitas se paraban en las calles del barrio, se preguntaban si les había tocado la lotería y con el no como respuesta era el turno de preguntar por la salud, “¿estás bien?, pues, eso es lo importante, la salud”. 
En Jaén imagino que estamos bien de salud, pero nos vendría bien un poco de fortuna envuelta en compromisos, por aquello de que necesitamos un futuro. Ese que no somos capaces de ver porque se difumina o apenas se intuye. 
Quizás ya nos ha tocado la lotería y no somos conscientes. Quizás ésta sea la buena. Quizás ese Centro Tecnológico de Desarrollo y Experimentación (Cetedex) sea la oportunidad que se merece y necesita esta provincia. Pero son tantos trenes perdidos, tanta frustración, tanto olvido intencionado y tanta justificación insustancial que la duda cala; y, además, siempre habrá quien se encargue de alimentarla. 
De hecho, no han tardado en compararlo con el Plan Colce (Concentración de Órganos Logísticos Centrales del Ejército). No se equivoquen, aquello sí era humo; un truco de trileros en el que se movieron rápidas las manos, nos pusieron el trapo rojo en la cara y embestimos con el ímpetu del que no ve y el entusiasmo del que no quiere saber. Cuando quitaron el trapo no había nada, pero ya nos habíamos dado de morros. 
Así que ahora preferimos ponernos la venda pensando que habrá una pedrada y no una pedrea o un premio mayor. Y yo creo que esta vez es la buena (llámenme ingenuo si quieren) y que, más allá de réditos electorales, ese Cetedex es la lotería que toca aunque no hayas comprado décimo alguno. Simplemente porque ahora es verdad que había una bola con el nombre de Jaén en el bombo. 
Y porque el problema no somos los que estamos aquí, son los que no pueden volver y los que les seguirán si no se evita. Y sin ellos, el futuro de esta provincia queda un poco más lejos y es, preocupantemente, sombrío.
 
Mi artículo para SER Úbeda (Multimedia Jiennense), del 21 de diciembre de 2022.

lunes, 17 de octubre de 2022

091, gracias por tanto


Al día siguiente me duele la mitad del cuerpo. De brincar, hacer algo parecido a bailar y subir y bajar desde la izquierda del escenario a la barra, lo que supone recorrer el Auditorio de La Alameda longitudinalmente varias veces. También tengo la voz quebrada de cantar a grito pelado, provocando un destrozo a los oídos cercanos disimulado por la euforia colectiva.
Y aún así, conservo por la mañana la media sonrisa en el rostro y ese brillo en los ojos que no es más, ni menos, que el reflejo de un instante de felicidad guardado y proyectado en un cristal. Ese mismo instante que se repite, igual que el cosquilleo interior, cada vez que tocan 091 en directo.
No recuerdo cuando escuché a los Cero por primera vez. Sé que fue en Jaén. De igual manera que fue aquí donde por primera vez los vi tocar en directo, aunque los años han borrado de mi memoria el lugar. Después, muchas veces Jaén, Madrid…, hasta que llegó el adiós. Y luego, 2016; resucitaron y revivimos. Y aquí seguimos desde hace ¡¡¡40 años!!!
Nos reencontramos en este mes de octubre en Jaén, su segunda casa y la primera en nuestros corazones, rodeados de amigos. De nuevo comparto concierto de los Cero con Miguel Cobo, con quien disfruté de la “Maniobra de Resurrección” en la plaza de toros de Granada. Y me sorprende Jesús García, con quien coincido al entrar, al confesarme que es su primer concierto de los Cero.
Eso se queda en mi cabeza durante la noche y la mañana del domingo. Un concierto de los Cero por primera vez, ahora que están, probablemente, mejor que nunca. Imagino la expectación, los nervios, el preámbulo del deseo que se va a cumplir…, tantas cosas pasando por la cabeza y de repente, cuando suena “Man with a harmonica” ya no hay más, los Cero y una multitud de seguidores hambrientos de su música.
La fortuna hace que nos encontremos al mediodía del domingo, y en El Sanatorio, frente a unas rubias con espuma, responda a mi curiosidad. Cosecha del 83, el menor de 6 hermanos en una casa donde sonaban los Cero y, por unas cosas u otras, hasta ahora no había podido escucharlos en directo. Deuda saldada.
Eso me lleva a echar la vista atrás. A marzo de 2016 en Úbeda. El primer concierto de 091 al que asistieron mis 'piratas’, David y Sergio. Allí estábamos, en una noche con lluvia previa y frío, mi santa, los peques y yo. Tenían 10 años y desde entonces hasta hoy son parte de ese universo ceroadicto.

Granada, mayo de 2022

También recuerdo el último, el anterior al de este octubre en Jaén. En mayo en Granada, en el mismo escenario, el Pabellón de deportes, donde en diciembre de 2016, en otra noche de lluvia y frío, Antonia y yo cerrábamos la “Maniobra de Resurrección”; con un José Antonio García sin apenas voz, haciendo un ejercicio de profesionalidad, y un público entregado, convencido de que había llegado el final. No fue así.
En ese mismo lugar celebrábamos en ese mes de mayo de 2022 los 40 años de 091 en la música. Habían tenido que interrumpir la gira de “La Otra Vida” por la pandemia; el virus golpeó cerca y duro, y, por un momento, nubló el cielo; pero, una vez más, hubo resurrección y salió el sol para encontrarnos en el rock.
Esa noche en Granada supe que los Cero arriba del escenario y nosotros abajo ahora somos uno. Habíamos llegado a ese punto del camino en donde nos unimos para formar un todo. Quedaban atrás los sinsabores, la frustración de que aquella fantástica banda no tuviera el reconocimiento que merecía y las dudas. Tras cuatro décadas allí estábamos ellos y nosotros. Cada uno con nuestra vida, con nuestras historias, nuestros éxitos, nuestros fracasos… A sabiendas también de que muchos que estuvieron en ese camino, ya no están. Y todo eso, que es el bagaje de la propia existencia, era en aquel instante secundario. Ellos no son sin nosotros y nosotros somos por ellos. Una unidad indivisible.
Así que esta otra noche de octubre en Jaén quedan a un lado las incertidumbres y asido a la fiabilidad de que tocan los Cero disfruto de un nuevo concierto. Saludo a Carlos Rueda, a su Ana María, que es y siempre será nuestra Ana, y a Rafa Rus. Acudo solícito a la llamada de Manolo Olivares y Alfonso Huertas para fundirnos en un abrazo. Me encuentro con Juan Carlos Solas, con Cuca Martínez, con Encarna, con José Ríos, con Pedro Tomás Colmenero, con Juanra Romero, con Manolo Aguilar…, hay otros muchos a los que no veo, pero que sé que están entre esas más de 2.000 personas que no olvidarán esta noche; ese Jaén que siempre ha sido de los Cero. Entre los que también están Alberto y Carlos Bizarro, Rubén, Isabel o Cristóbal Tornero con los que he recorrido el camino desde el arco de la Alameda hasta el Auditorio. Sólo me han faltado esta noche mi ‘hermano Emilio’ y una luna que no llegue tarde.
Suena “Man with a harmonica”. Y eso cualquier ceromaníaco sabe que es el toque de aviso de lo que está por venir. “Vengo a terminar lo que empecé”, “Zapatos de piel de caimán”…, durante más de dos horas van sonando canciones de “La Otra Vida” y aquellas otras que nos han acompañado durante este camino de cuatro décadas. Y cuando los hermanos Lapido, José Ignacio y Víctor, vuelven al escenario con José Antonio, para cantar en acústico “El fantasma de la soledad”, nos rodea un silencio irreal. Así que, aunque gritemos lo mala que es la vida, sabemos que en el fondo aquella y esta otra son la nuestra. Conscientes de nuestra fragilidad y de que el tiempo va pasando, desterramos hoy de nuestro pensamiento la idea de que tarde o temprano llegará en la hora cierta el último concierto.
Gracias, 091. Gracias por tanto.

viernes, 14 de octubre de 2022

El amor al terruño

El amor y el desamor son protagonistas habituales en variadas disciplinas artísticas. Naturalmente, con desigual resultado. Pero como argumento político apelar al amor, y en particular, al amor al terruño es, cuando menos, vacuo, y no está exento de peligro. 
Aún así, en estos tiempos del todo vale, ya tenemos quien pregona como reclamo electoral su amor a la tierra, ya sea de nacimiento o adopción. No sería preocupante si se quedara en una manifestación de un grupo o un individuo haciendo gala de su nacionalismo provinciano. Como una exhibición pública de vísceras frente a la racionalidad. 
Pero lo cierto es que existe el riesgo de creer y propagar que el amor a la tierra es exclusivo de unos pocos. Y de igual manera que algunos se han apropiado de símbolos que pertenecen a todos, se puede caer en la tentación de arrogarse la propiedad y la representación de la provincia de Jaén; a sabiendas de que siempre habrá legos que sigan la linde y de que a corto plazo da réditos en las urnas. 
Esos mismos que apelan al amor al terruño son también los que se aferran a la tradición, convertida hoy en cajón de sastre en el que se guarda lo natural y lo aberrante, el delito y la virtud…, con igual mimo y trato. Y cuando necesitan meter algo con calzador, tiran del comodín de la libertad de expresión. De modo que tanto la justa reclamación como el disparate hallan ubicación. 
Por eso no es de extrañar que, en cualquier momento, alguno de ellos, sin pudor y sin memoria, proclame que “Jaén me quita el sueño”. Y eso como muchos saben y otros pueden intuir es una pesadilla para la mayoría. 
 
Mi artículo para SER Úbeda (Multimedia Jiennense), del 13 de octubre de 2022.

viernes, 3 de junio de 2022

Guayaberas

Cuentan que la primera vez que Fidel Castro compareció en público sin su uniforme verde oliva vestía una guayabera. Prenda que también vistió el mandatario venezolano Carlos Andrés Pérez (CAP), presumiendo, además, de que era un regalo de su amigo Fidel hecho a medida. Aunque quizás la imagen de una guayabera en el trópico siempre estará asociada al escritor colombiano Gabriel García Márquez recibiendo el Nobel de Literatura. 
En la España gris, no tan lejana, la guayabera era mayoritariamente una prenda utilizada por viejos. Recuerdo que cuando yo era pequeño también la vestían los peluqueros, imagino que por la abundancia de bolsillos. Así, en los inferiores guardaban tijeras y navaja y en el superior, el peine. 
Casi desapareció, hasta que primero el rey Juan Carlos y luego, el rey Felipe VI la lucieron en sendas Cumbres Iberoamericanas.
Escribía Cabrera Infante que “la guayabera es una prenda tradicional cubana y era la vestimenta más demócrata: la llevaban tanto los obreros como los terratenientes”. 
Y añadía que “antes cuando un político usaba la guayabera con fines populistas se le llamaba manengue”. 
En Andalucía, un claro exponente del populismo es el presidente Moreno Bonilla. Por eso no sorprende que haya recuperado el uso de la guayabera y no pierda ocasión de vestirla en cualquier acto público de relajo protocolario.
Igual en sus generosos bolsillos se puede dispersar una política cicatera con lo público y el olvido de la provincia de Jaén mejor que en la clásica camisa Oxford azul celeste. 
Ignoro si los judíos visten guayaberas. Los sefardíes utilizaban la toga con jubba y entari, aunque no descarten que ‘nuestros sefarditas’, Bendodo, al que algunos ya ven como ministro si Feijóo llega a gobernar en Madrid, y el presidente del PP de Jaén, Erik Domínguez, terminen luciendo guayabera como buenos manengues. 
Y tampoco que el rancio nacionalismo español de la ‘andaluza exprés’ Olona encargue una guayabera a medida para hacer gala de la indecencia. O que también se la ponga ese no menos rancio nacionalismo provincial, tan representativo de aquel machadiano casino provinciano. 
Yo por edad y por estilo no gusto de guayaberas, así que permítanme reivindicar una ibicenca o una floreada hawaiana para el verano andaluz. 

Mi artículo para SER Úbeda (Multimedia Jiennense), del de junio de 2022.

sábado, 23 de abril de 2022

Los posos del café

Cuentan que el paso del tiempo deja un poso. Y claro, ineludiblemente, te vienen a la cabeza los posos del café. Esos mismos que o bien tiras o bien, como te enseñaron, reutilizas como abono para las plantas. Aunque en el fondo ignoras si esos posos les van bien a las plantas o puede que tan solo las pongan de los nervios. 
Aún así, eso del poso, aplicado al tiempo, tiene una connotación positiva, por aquello del bagaje vital. Presuponiendo que pese a las excepciones a la mayoría de los mortales la experiencia le proporciona una capacidad de reflexión y le aporta madurez. 
Lo cierto es que los posos del café son tangibles, tiñen los dedos a su contacto, conservan algo de aroma y el color parduzco de los granos. Mientras que el poso del tiempo es intangible y, por tanto, su percepción, además de subjetiva, es probablemente indemostrable. 
Hoy, una de las fechas más maravillosas que nos ofrece el calendario, vuelves la mirada a los libros. Incluso aquellos que siguen sintiéndolos como un objeto ajeno o inhabitual. Esos mismos que sienten incomodidad en una biblioteca o en una librería y que frente a una estantería, lejos de devorar los lomos de los volúmenes, apenas alcanzan a ver algo más que rectángulos y colores son capaces de celebrar el Día del Libro.
Piensas que los libros atesoran experiencias y aprendizajes, tanto precoces como de edades tardías. Y que, en ellos, de alguna manera planea ese poso del tiempo. En el escritor y en sus páginas. La propia elección de unas palabras en detrimento de otras, aparte del conocimiento del lenguaje, puede ser interpretada como producto de ese poso. De igual modo que la decisión de escribir y publicar. 
Por supuesto, el talento, aceptándolo como algo innato, nada tiene que ver con esto. O te lo da la vida o vas a carecer de él durante tu existencia por mucho que te esfuerces en conseguirlo. Por lo tanto, no necesita de poso alguno, aunque, de admitir la existencia de ese poso del tiempo, lejos de ser incompatible, contribuirá a manifestar en mayor medida el talento. 
Habrá quien afirme que quien tiene talento va dejando tras de sí un poso del mismo. Aunque ese frente al del tiempo es un poso tangible. 
Podemos admitir la existencia de ese poso del tiempo. Admitamos que se refleja en las páginas de los libros. Y no perdamos el humor, porque dispuestos a la creencia y a la admisión, aceptemos que sólo se prestan a la lectura los posos del té.

domingo, 27 de marzo de 2022

Marzo ventoso...

Recuerdo aquel refrán que nos repetían cuando éramos niños, "marzo ventoso y abril lluvioso...". Y como una premonición, cada nuevo año marzo trae esos vientos que lejos de borrar la huella la mantienen inalterable. 
Esos vientos que mueven versos cada 21 de marzo y que remueven la memoria al ritmo que brota una y otra vez el jaramago. 
Llega esa primavera que anuncia días más largos y temperaturas más cálidas, pero que se muestra incapaz de ofrecer un antídoto contra las ausencias. 
Se agitan los cielos, grises y azules. Igual que algo se agita en el interior para revivir un tiempo inalcanzable. Y suena en forma de blues el lamento de un jazzman, acordes perdidos también en aquel tiempo pretérito. 
Sopla el viento de marzo, en ese mes que recurrentemente se alude a los idus, aunque mi cabeza vuela entre el 19 y el 21 y aunque esos idus, que quedan ya atrás en este mes, fueran tiempos de felicidad, pero también en el imaginario colectivo tiempos de traiciones. 
No me gusta el viento, no me gusta escuchar cómo se golpea una y otra vez contra los cristales como si quisiera derrumbar lo que encuentra a su paso, no me gusta esa sensación de furia incontenible, pero me gusta su silbido atravesando el espacio, queriendo envolver todo a su alrededor. Y me gusta la idea de viaje que de alguna forma conlleva. 
Es ese mismo viento que fracasa año tras año en hacer borrón y cuenta nueva. O quizás sea un viento como aquel juego del mentiroso y nos hace creer que quiere implantar el olvido y en realidad lo que hace es preservar la memoria.
También pudiera ser que haya recuerdos tan sólidos, de raíces tan hondas, que ni un marzo ventoso puede arrebatarlos.

martes, 22 de marzo de 2022

La nada

Hace poco más de una semana fui a comprar a un supermercado de Jaén y pude comprobar la vacuidad de algunos estantes.
No pude evitar pensar en aquellos días de marzo de hace dos años, cuando se arrasaron los supermercados como si no hubiera un mañana. La historia se repite, en menor escala, pero el comportamiento es idéntico. Aunque ahora el consumo masivo de papel higiénico ha cedido su sitio al aceite de girasol. Curioso, en España producimos en torno a las 500.000 toneladas anuales de esta grasa y su consumo en los hogares ronda las 200.000. Y, además, Jaén es la principal productora de aceite de oliva del mundo. En mi casa, por ejemplo, no entra una botella de aceite de girasol; y no soy una excepción.
Me cuentan que también se agotan los arcones para conservar los alimentos congelados e incluso que en los contenedores de alguna población cercana a la capital tiran los paquetes de comida precocinada y productos lácteos caducados. Lo que demuestra que aunque le echemos la culpa de todo a los políticos, apenas les escuchamos. Compartimos vaciedad e incomunicación. 
¿Recuerdan cuando el consejero de Salud de la Junta de Andalucía afirmaba que no pasa nada por comer un yogurt caducado? Entiendo que no le hagan caso, a fin de cuentas, es el mismo que dice que la violencia machista es violencia intrafamiliar. Creerá que cuando un hombre reparte estopa en el salón o en el dormitorio, todo queda en casa. 
Es cierto que esta nadería de políticos sirve de coartada para la nada ciudadana. Pero no esconde nuestra incapacidad para aprender de recientes vivencias. Ni impide que sigamos haciendo gala de ella en asuntos como la agresión rusa a Ucrania, la huelga de la patronal del transporte por carretera o esa manifestación del mundo rural en la que el capital cabalga. 
Tampoco impide que firmemos cheques en blanco a cualquier predicador de nuevo cuño, de esos que ya no se conforman con el minuto de gloria y aspiran a cuatro años de homilía o de aquellos otros que denuncian con media lengua sin que sepamos cuál es su verdadero objetivo. A algunos se les acaba el tiempo vital o el institucional y da la sensación de que aspiran a ser uno de esos políticos a los que siempre culpan del abandono de esta provincia o tratan de obtener ese reconocimiento que creen merecer y nunca llega. 
Nos agarramos a un futuro cimentado en la impostura, en esa ‘insaciable nada’. Y hacemos acopio de productos enlatados de supermercados y oportunistas charlatanes para consumo de cuerpos y mentes. Productos con las etiquetas falseadas, donde nos cuelan aceite de girasol por oliva virgen. 
Y sin embargo, queda espacio entre la nada para la elocuencia. Ayer fue el Día Internacional de la Poesía. Manuel Lombardo tiene nueva criatura, “Música de hielo”, cuando aún suena el eco de los versos de obras como su “Inventario de nieve”: 
“Respira en tu alma/la energía inmortal de la insaciable nada,/escucha en tu silencio ardiente/ la callada elocuencia del vacío”.


“Elocuencia del vacío”, del poemario “Inventario de nieve”, Manuel Lombardo. Metropolisiana ediciones, 2013. 

 Mi artículo para SER Úbeda (Multimedia Jiennense), del 22 de marzo de 2022.

viernes, 18 de marzo de 2022

En directo

 
 
 
Del norte llegan aguas estancadas que agitan cuerpos y recuerdos de esa música que permanece en la memoria y a la que volvemos una y otra vez, probablemente desde la frontera que delimita la consciencia y la inconsciencia; esa línea que es irreal y que dibujamos o nos ensueña para acotar esa música que nos hace sentir todavía frente a esa otra que se etiqueta y envuelve en aras de una innovación y modernidad que apestan a mordida de discográfica. Justificamos la discrepancia aseverando que son lo que fuimos, aunque la distancia es sideral y lo que ellos son, sin ser mejor ni peor, dista mucho de lo que fuimos, lo que creímos ser o simplemente, lo que deseamos haber sido. Tenemos la legitimidad de la supervivencia, el aura del mito de Peter Pan y una extraña convicción en esa falsa leyenda de que los rockeros nunca mueren.
El agua de Los Estanques es transparente y aunque ellos se cuelguen el cartel de 'pop progresivo' y se hermanen con los DMBK, la realidad es que su música es la misma que sonó en aquellos campos donde la juventud parecía eterna; es aquel mismo rock que fluía entre flores y dietilamida del ácido lisérgico. Ese mismo ácido que décadas después se vistió de Conan, Supermán o micropuntos de colores que te hacía volar, pero que también podía arrebatarte el aliento en una cuarta de agua. El pop, salvo excepciones, es como las rosetas (palomitas de maíz), volátil, liviano, sin cuerpo y necesitado de aderezo.
Dice el amigo Carlos Rueda que el concierto de esta noche en la Sala La Mecánica es el mejor al que vamos a asistir este año en esta ciudad dormida que apenas se despereza, a pesar de ese vacuo postureo que algunos se empeñan en convertir en noticia del día y que no ha de servir ni para envolver pescado.
Ana baila. Y como dice otro amigo, Javier Arnal, si Ana baila todo está bien. Pero nos han faltado los bises. Y da igual que no se hayan pedido. Y da igual que un bailecito colectivo de la banda parezca el mejor broche para un gran concierto.
A mí no me gustan los conciertos de reloj. Me joden la noche.
La música en directo es otra cosa. Con sus imperfecciones, con un sonido deficiente que se va ajustando según suenas los primeros acordes, con un cable que enmudece un instrumento a la vez que dibuja el terror en alguna cara del escenario, con una conversación en el público cuyo volumen sube por la inconsciencia o el entusiasmo de los parlanchines interlocutores, con el ruido de un vaso al estrellarse contra el suelo, con todos esos imponderables que no siempre se producen, aunque alguno de ellos sea más habitual de lo deseable. 
Todas estas cosas y alguna más marcan la diferencia de las canciones en directo con ese producto enlatado de magnífica calidad que es el disco. Por eso, una banda no puede ir a un concierto como si fuera a la oficina, no puede repetir hoy las mismas frases hechas del bolo de ayer, que serán las mismas del de mañana, y no puede (o no debe) tocar esos minutos estipulados en el contrato y plegar cuando canta el cuco. Un concierto en directo es algo más. Y eso lo sabemos todos.

viernes, 14 de enero de 2022

Año electoral

Hemos empezado mal el año. Algunos dirán que ‘ni tan mal’, porque así ya solo cabe mejorarlo. Disculpen que no me sume a ese optimismo. 2022 es año electoral. Temo que este lamentable comienzo solo sea el principio de lo que está por llegar y aunque alguna vez creemos que ya se ha tocado fondo, la actualidad, y quizás la realidad, son tozudas y disipan el espejismo. 
Es el nivel que damos hoy como país y como sociedad. Por un lado, los políticos, con la inestimable colaboración de algunos medios de comunicación y de algunos mal llamados periodistas; y por otro, los ciudadanos, responsabilizando de todo a los políticos y difundiendo bilis e ignorancia en las redes sociales como si estuvieran elaborando un compendio enciclopédico. 
Como la culpa siempre es del otro, estamos a salvo de la autocrítica y como es evidente, de cualquier atisbo de crítica constructiva. Poco importa que no haya proyectos para los territorios, llámense España, Andalucía o Jaén. Y mucho menos que el progreso y la modernidad sean etiquetas tan vacías como las cabezas que repiten una y otra vez el mantra.
Se traza la raya y se simplifica el futuro: conmigo o contra mí. Inequívoca confirmación de la visión de Goya en sus pinturas negras o de aquel pasado efímero, que se diría presente, de Antonio Machado. 
No es por ello extraño que, tras abrir las puertas de parlamentos y ayuntamientos a ese partido de extrema derecha que es un cáncer para la convivencia, ahora se impulse un nuevo partido que abandera un rancio nacionalismo provinciano. Los mismos que lo jalean hoy serán los primeros en hacerse cruces al descubrir mañana su vacuidad. 
No se preocupen. Comenzamos un nuevo año y los primeros días de enero dicen que solo hay lugar para los buenos deseos. Lo que importa es el interés general. 2022 es año electoral. Como dijera Pío Cabanillas, ministro con Franco y ministro con la UCD, en respuesta a una periodista sobre los comicios inmediatos: “Ganaremos, señorita, no sé quiénes, pero ganaremos”. 
¿Qué puede salir mal?
 
 Mi artículo para SER Úbeda (Multimedia Jiennense), del 12 de enero de 2022.