miércoles, 23 de septiembre de 2020

La ciudad del viento

Es el mismo nombre, cientos, miles de él, pero solo es el tuyo. Quisiera olvidar. Ahogar el recuerdo. Y no ayuda que lo graben en la placa de una calle de la ciudad del viento. 
El viento lo borra y lo devuelve el mar. Ni siquiera quedan pisadas en la arena, tan solo los granos del ensueño del tiempo. Y hay quien cree que solo ese ensueño es el camino, lento, del olvido. 
Y no hay más rostros, ni más voces. Permanecen aquellos lugares comunes, los momentos ahora perdidos y ese juego peligroso de imaginar lo que nunca ya será. La chistera está vacía. Sin trampa ni cartón. La magia siempre fue ilusión. El poder del engaño, el arte de la distracción. Miraste el humo y no viste el fuego. Arder no era una opción. 
Y quedas atrapado en esa espiral de recordar para volver a olvidar. En una ciudad que solo existía en una canción y te convierte en un nómada, en el eterno peregrino que hasta el último momento no descubre que ese no es el lugar. 
Suena la voz de Quique González, anclada en un tiempo atrás, anunciando el fin de temporada, ese que lo mires como lo mires no deja de ser un final. Y recuerdas aquel otro disco de Tom Waits y sientes la necesidad de escucharlo, porque aquella voz y aquellas historias cantadas siempre fueron refugio y sosiego. Efímero para quien está abocado a vagar. 
Dicen que se aproxima un nuevo invierno. Y que nos devolverá a la ciudad. Dejaremos de ser habitantes accidentales de la ciudad del viento. Pero la placa de la calle no se caerá. 
 

 

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Manifiesto

Me pide el cuerpo un manifiesto para que las voces no se apaguen, para no bajar las manos, para que los pies se muevan y el cuerpo no se duerma. Y sobre todo, para que la cabeza no pare de soñar, de idear, de crear… 
Es el tiempo de las palabras, de esas que expresan convicción y firmeza, de esas que denuncian y reivindican; de esas palabras que han de ser escuchadas por quienes toman las decisiones, por aquellos que son elegidos a través del voto para representar a los ciudadanos, por aquellos que gobiernan. 
Es el momento de que esas palabras suenen en la calle, de que el eco las difunda y las lleve a los rincones de pueblos y ciudades, a los palacios y a los despachos, a las mesas y a los móviles, a los medios de comunicación y al resto de los ciudadanos, porque no es solo cuestión de la industria de los eventos y espectáculos, no es solo asunto de quienes hacen posible la cultura, es también responsabilidad de aquellos que la recibimos, de los que la consumimos, de los que la disfrutamos en sus distintas modalidades, formatos y lugares. 
Hay quien todavía se atreve a afirmar que la cultura no alimenta. No es cierto. No solo alimenta el espíritu, además da de comer a muchos profesionales y a sus familias, directa e indirectamente, generando empleo y riqueza en numerosos sectores. 
28 ciudades se visten de rojo en este septiembre con el apoyo presencial de los principales afectados por la situación de discriminación que está padeciendo el mundo de la cultura y esos sectores que lo apoyan y dependen de él. Y con el respaldo virtual de muchos más, habitantes de otras ciudades, que se suman a esta denuncia y a la incompresión por el abandono y el desinterés de esos gobernantes y representantes políticos a los que se les llena la boca con la palabra cultura, a los que no dudan en hacerse la foto en esos eventos a cuyos organizadores y promotores están llevando a la ruina. ¿Para qué sirve un ministro de Cultura que deja caer el telón sin ni siquiera dar opción a levantarlo? 
Me pide el cuerpo un manifiesto para hacer una llamada a la movilización. Que no se apaguen las voces, que no bajemos las manos, que no dejemos de mover los pies, que el cuerpo no se duerma y que la cabeza no pare. 
¡Alerta roja!

martes, 15 de septiembre de 2020

Memoria

La memoria es el derecho a recordar, mientras que olvidar, por lo general, es una necesidad. No siempre se consiguen ni una ni otro. En lo individual es asumible, pero colectivamente es obligado recordar. Comprender, no repetir errores del pasado y sanar son motivos más que suficientes para ello. Hay más. Y cualquiera de ellos juntos o por separado avalan la importancia de preservar la memoria. 
Debe ser entendida por tanto como un bien común. Como el antídoto contra la ocultación, el encubrimiento, la tergiversación, la mentira o el silencio. También como un legado, oral o documental, de una generación a otra, garante de un relato vital que es patrimonio de todos. E inevitablemente, como un elemento imprescindible para impartir justicia y como salvaguarda de libertades y derechos. 
Así que eliminar o minimizar la amnesia colectiva es un motivo de esperanza para los ausentes, pero también para los que están, para los que llegan y para los que han de venir. 
Recordar es también dar voz a los que ya no pueden hablar. A muchos de aquellos a los que silenciaron y sumieron en la oscuridad, a muchos de aquellos a los que además quisieron arrebatarles la dignidad y enterrarlos en el olvido. 
La memoria es el hilo a seguir para hallar la salida del laberinto. El mapa intangible donde se señalan los puntos de origen y destino y el alimento de la tinta que dibuja el itinerario. 
Hoy la memoria es el sueño de los justos hecho realidad.

 

martes, 8 de septiembre de 2020

La novela de Joaquín ("El imposible lenguaje de la noche")


El poeta Joaquín Fabrellas le ha quitado tiempo a sus versos para parir su primera novela. Ha empleado varios años, lo que sugiere y a la vez implica dedicación y mimo; para la creación de los personajes, la recreación de los distintos escenarios, el desarrollo de la obra... 
El resultado no es una novela al uso, pero cuenta con un personaje principal, Paul Demut, que enhebra el hilo de las tres partes en que está dividida la obra y de cada uno de sus capítulos. Junto a él van apareciendo y desapareciendo el resto de protagonistas, reales y ficticios, con mayor o menor peso en el relato; y Nueva York, que ocupa un espacio propio, esa noche neoyorkina que es una invitación permanente hasta el amanecer para los noctámbulos. La ciudad que nunca duerme bien puede ser la que nunca despierta. 
Me evoca a Talese y a Wolfe. También rescata del recuerdo al Truman Capote de "Ataúdes de artesanía", menos lírico y más directo. Nunca me he molestado en comprobar si fue anterior o posterior a “A sangre fría”, creo que es posterior, pero ambas quedan a años luz de “El arpa de hierba”. Y tiene el sabor añejo de las buenas novelas policiacas (Por cierto, una recomendación de novela negra actual, “Que de lejos parecen moscas”, de Kike Ferrari), aquellas en las que se recrean personajes y atmosferas que casi se pueden palpar, como las de esos clubs nocturnos en los que el humo y el whisky se mezclan con los acordes de la música; unos de esos que cierra cuando asoma el sol y en los que dejas enterrados una parte de la memoria y el origen de un deseo, alcanzado o no, de una noche. 
La música y la literatura ocupan un lugar predominante en la obra. Músicos y escritores. Poetas y músicos de jazz. Músicos y poetas malditos. Pero también hay lugar para otras artes, como la pintura o el cine. Coltrane, Davis, Parker, Evans, Monk, Kerouac, Ginsberg, Thomas… hasta Reed y Cash van desfilando por las páginas del libro de la mano y el verbo de Demut. 
Acabamos de celebrar el centenario del nacimiento de Charlie Parker, pero yo escuché en directo a Miles Davis una noche de verano en Jazzaldia. Un músico fundido con su trompeta. Un talento desbocado, indomable e impredecible. Era único. Como cada uno de ellos. Y todos tuvieron que pagar su tributo por tanto talento. El destino, el poder, la noche neoyorkina, quizás solo era placer o la gasolina que mantenía el motor de la creación en marcha; primero fue la ‘manteca’, y siempre el alcohol. Luego llegó aquel polvo blanco que cabalgaba, como su talento, desbocado por sus venas. La hipodérmica se convirtió en algo tan inseparable como la trompeta. 
¿No vieron Howl? Aquella película en la que James Franco aullaba ese poema maldito del poeta maldito al que interpretaba. Quizás todos fuimos ‘beatniks’ en algún momento de ese tiempo pasado que es la juventud, cuando leímos “En el camino” o cuando soñamos con esa Nueva York y aquella América que nadie nos había contado antes. O puede que lo hicieran, pero no prestamos atención. Los malditos. Lo prohibido. Las mejores etiquetas para la atracción y el consumo. 
Una novela no solo es lo que cuenta y cómo lo cuenta. También es la capacidad de sacarte de sus páginas sin abandonarlas del todo para realizar tu propio viaje. “El imposible lenguaje de la noche” es una de esas novelas. Una novela que se lee. Y se escucha.