miércoles, 23 de septiembre de 2020

La ciudad del viento

Es el mismo nombre, cientos, miles de él, pero solo es el tuyo. Quisiera olvidar. Ahogar el recuerdo. Y no ayuda que lo graben en la placa de una calle de la ciudad del viento. 
El viento lo borra y lo devuelve el mar. Ni siquiera quedan pisadas en la arena, tan solo los granos del ensueño del tiempo. Y hay quien cree que solo ese ensueño es el camino, lento, del olvido. 
Y no hay más rostros, ni más voces. Permanecen aquellos lugares comunes, los momentos ahora perdidos y ese juego peligroso de imaginar lo que nunca ya será. La chistera está vacía. Sin trampa ni cartón. La magia siempre fue ilusión. El poder del engaño, el arte de la distracción. Miraste el humo y no viste el fuego. Arder no era una opción. 
Y quedas atrapado en esa espiral de recordar para volver a olvidar. En una ciudad que solo existía en una canción y te convierte en un nómada, en el eterno peregrino que hasta el último momento no descubre que ese no es el lugar. 
Suena la voz de Quique González, anclada en un tiempo atrás, anunciando el fin de temporada, ese que lo mires como lo mires no deja de ser un final. Y recuerdas aquel otro disco de Tom Waits y sientes la necesidad de escucharlo, porque aquella voz y aquellas historias cantadas siempre fueron refugio y sosiego. Efímero para quien está abocado a vagar. 
Dicen que se aproxima un nuevo invierno. Y que nos devolverá a la ciudad. Dejaremos de ser habitantes accidentales de la ciudad del viento. Pero la placa de la calle no se caerá. 
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario