martes, 24 de enero de 2017

De ferias y paraísos

Ha terminado una nueva edición de esa hoguera de las vanidades que es FITUR. La feria de turismo que acoge la representación de lo que tenemos y no de lo que somos. 
A este escaparate turístico internacional llevamos lo mejor de la provincia, que es mucho, pero nos siguen faltando comunicaciones y plazas hoteleras. 
De poco sirve “vender” nuestros parques naturales, nuestro renacimiento, nuestra gastronomía o nuestro aceite de oliva si no logramos que la gente llegue hasta aquí para conocerlos y conocernos. 
La realidad es que nuestras autovías se demoran decenas de años y del resto de vías casi mejor no hablar. Para ver un tren es mejor ir a una juguetería que a una estación de Renfe. Y de la patochada del aeropuerto Granada- Jaén, ¿qué decir?. 
De poco sirve, por ejemplo, “vender” la Catedral de Jaén y pretender su declaración como patrimonio de la humanidad cuando su entorno causa vergüenza y deja en evidencia el abandono del ayuntamiento de Jaén en materia turística. 
En ediciones anteriores se había recortado la afluencia de alcaldes, concejales, familiares y allegados. Aquellas visitas a la Villa y Corte a cargo del erario público, aquella época de barra libre y gratis total.
Aunque me da que este año, sin reverdecer aquellos tiempos de manga ancha y cara dura, ha habido toque a rebato por la visita de la presidenta de la Junta, que ahora quiere vender lo que no tiene, gestión. Y ya se han dado las instrucciones pertinentes para que los delegados hablen de lo regional y no de lo provincial. Lo que le faltaba a Jaén. 
Por lo menos ha habido tarta y velas. Las de la celebración de los 20 años de la marca “Paraíso interior”. Un acierto de mercadotecnia de la Diputación provincial que hoy promociona como nadie el Jaén Fútbol Sala. 
Mi amigo Paco Salas, socarrón y con manejo del verbo, loa nuestro “paraíso inferior”. Que tiene más que ver con lo que somos que con lo que tenemos. 
Yo recuerdo a Borges, “no hay otros paraísos que los paraísos perdidos”.

Artículo emitido en SER Úbeda, el 23 de enero de 2017.

lunes, 23 de enero de 2017

Los lavaderos de Horta


La mayoría de las ciudades guardan secretos. Lugares escondidos a los ojos de la mayoría de sus visitantes e incluso de sus habitantes. Sitios que no suelen aparecer en las guías turísticas y de los que la mayoría de las veces se tiene noticia de manera fortuita. 
Recuerdo que en La Valletta, en la isla de Malta, me senté en una piedra rectangular ubicada junto a la pared, al lado de una parada de autobús en una zona céntrica de la ciudad. Más tarde descubrí que era el lugar destinado para los condenados a la picota. Curioso. Y discutiblemente agradable. 
Estas navidades leyendo el periódico, al principio no recordaba si había sido en El País o en La Vanguardia, me encontré una información titulada “Vistazo a una Barcelona singular” sobre el libro “Barcelona, espais singular”, del arquitecto Josep Maria Montaner, la antropóloga Isabel Aparici y el fotógrafo Pepe Navarro.
Era la sección de Catalunya de El País y me sirvió para descubrir uno de esos secretos que guardan las ciudades: los lavaderos de Horta (Els safareigs d’Horta), en la calle de Agua fría (Carrer d’Aiguafreda). 
No fue fácil encontrar la calle. A pesar de preguntar a varios caminantes sobre su ubicación, convencidos de haber oído su nombre pero incapaces de indicar dónde se hallaba. Al final el repartidor del butano fue el oráculo particular, el google de carne y hueso, dicho sea de paso en un acceso a la propia calle; pero no es fácil encontrarla porque está encajonada entre dos calles y es relativamente corta. 
Tras bajar por una vía perpendicular, que moría o nacía en ella, allí estaba, una vía no muy ancha de casas bajas, alegre y colorista por efecto de las fachadas de las propias viviendas y por las flores y macetas, pero en la que a bote pronto no se distinguían los lavaderos. 
Hubo que recurrir de nuevo a preguntar a unos vecinos que confirmaron que era la calle buscada y que aún se conservaba algún lavadero al principio y al final de la misma. 
Como en otros ámbitos de la vida es complejo discernir cuál es el principio o el final, pero es evidente que están en los extremos contrapuestos. Y también como casi siempre se trataba de optar por encaminarse a la derecha o a la izquierda para llegar a uno de esos extremos y ver si se conservaban los lavaderos. 
Y sí, allí estaba uno de ellos, al final de la calle, junto a un pozo con su polea y cubo; cubierto por un tejadillo y bañado por un rayo de sol. De ese sol de invierno que da luz pero apenas calienta. 


Al volver sobre los propios pasos, para alcanzar el extremo opuesto de la calle y averiguar si allí también había otro de estos lavaderos, descubrí que en realidad cada casa conservaba su lavadero y su pozo, lo que ocurre es que las piletas en muchos casos habían sido cegadas para darle otro uso y las bocas de los pozos estaban mudas, aunque en alguna casa conservaban también la polea y el cubo. 
Me gusta aquella calle, me gusta lo que pude contemplar y me gusta la historia de esos lavaderos. Un relato sencillo de un tiempo que ahora parece muy lejano, pero que cien años más tarde sigue vigente en otros ámbitos y evidencia la capacidad de eso que llaman ahora emprendimiento, la iniciativa de unas mujeres que en una época complicada fueron capaces de unirse para ganar unas perras y sacar adelante sus familias. 
Era allá por finales del siglo XIX o principios del XX cuando muchas mujeres de Horta, un pueblo donde pasaban el verano algunas familias de la burguesía catalana, se ganaban el sustento lavando la ropa de estas familias. En la zona era abundante el agua e imagino que para lavar la ropa ajena solo eran imprescindibles la necesidad y las ganas. 
Un grupo de esas mujeres, cuentan que llegó a alcanzar la cifra de ochenta, creó una empresa, supongo que a modo de cooperativa, dedicada a lavar la ropa de esas familias adineradas. Se desplazaban al centro de Barcelona con un carro una vez a la semana, recogían la ropa sucia y al cabo de los días volvían para entregar la ropa limpia. Eran las lavanderas de Horta. Y esos lavaderos, bañados hoy por un rayo de sol de invierno, son  testigos de una época y su legado. 


domingo, 22 de enero de 2017

Parches

Quiero creer que no todo está perdido. Y que nos queda ingenio y la capacidad de reírnos, incluso de nosotros mismos. Ya saben que al Ayuntamiento de Jaén no se le ocurrió otra cosa que parchear con alquitrán la Carrera y otras calles del entorno de la catedral para que pasara la Cabalgata de Reyes. 
El gran Arturo Molero, sin viñeta pero con guasa inteligente, apuntó que ya estaban los Reyes Magos en Jaén y que al pasar por delante del ayuntamiento habían dejado alquitrán, porque se ve que el carbón lo estaban usando para cosas más útiles, como calentar a las personas que sufren la pobreza energética. 
Ya nos gustaría. Pero esos parches de alquitrán, nuestro chapapote jaenero, son una metáfora del estado de la ciudad. Donde no existe proyecto y por tanto todo son parches. Materia para el esperpento. 
Parches en forma de presupuesto municipal, de calefactores en el Colegio de San Andrés, de las lumbres no lumbres de San Antón, de botellón consentido en San Ildefonso, de Museo Íbero inconcluso, de centro de salud sin acceso, de vías sin tranvía, de políticos prietas las filas, de no sabe/no contesta, de a mí que me registren, de yo soy músico y Jaén es carnaval. 
Cubramos los adoquines de alquitrán y así se enmascara el temor a que debajo se halle de verdad el mar. Vaya a ser que alguno descubra ahora que no se necesita barco para naufragar o que sobran marineros y falta capitán. 
Si aquel chapapote gallego era hilillos de plastilina, el de Jaén son negros pegotes. Memoria de proyectos perdidos y de promesas incumplidas. 
Nos asustaban con la quiebra municipal. Nos asustaban con que los Reyes Magos nos traerían carbón. Y aterrados, mientras intentábamos ponerle cara al mensajero del miedo, nos han tiznado la nuestra con alquitrán. Y donde más duele y más se ve, junto a la Catedral. Toda una declaración, no de la UNESCO, de intenciones. Ya solo falta que nos emplumen. 
¡Parche al ojo!, que en la ciudad de los ciegos mandan los tuertos. Siga el baile ¡Y que viva don Carnal!

Artículo emitido en SER Jaén, "La Colmena", el 19 de enero de 2017.


sábado, 7 de enero de 2017

El templo olvidado

Si creyera en los Reyes Magos les escribiría una carta para Jaén, pidiéndoles entre otras cosas la apertura de la iglesia de Santo Domingo. 
Pero me tendré que conformar con políticos que creen que el bastón y el sillón les da la talla que les falta o que ambicionan gobernar un país y son incapaces de abrir la puerta de un templo. Con estos no hay carta que valga. 
De los grande almacenes, tan de moda y tan concurridos en estas fechas, me gusta lo que venden dentro, pero los edificios me parecen espantosos. Con las iglesias, menos de moda y menos concurridas, me ocurre lo contrario. 
La iglesia de Santo Domingo colindaba con mi casa. Así que era la preferida por mi abuela para llevarme a misa, junto a las cercanas del hospital San Juan de Dios, La Magdalena o San Juan. 
Recuerdo que mis primos, mi hermana y yo nos situábamos en el balcón de la casa más cercano a la iglesia y observábamos las comitivas, ya fueran entierros o bodas. A la par, despojaba a las cortinas de esas bolas textiles que remataban sus bordes para utilizarlas de proyectiles en las pistolas de gomas que comprábamos en el kiosco de La Magdalena o en “Los guapos”, en Martínez Molina. 
Después volví a Madrid. Tras mi regreso prevalece de la iglesia el recuerdo de una puerta cerrada y un cartel de obras. Han pasado más de 40 años. 
En febrero de 2016, la presidenta de la Junta de Andalucía prometió una inversión de un millón y medio de euros para finalizar la rehabilitación y la apertura del templo. Se ve que Ferraz tira más que Los Uribe. Y Jaén suena en la sucesión pero nunca en la progresión. 
A grupos como “Iniciativas, andamios para las ideas”, “Acción conjunta por el patrimonio” o la “Asociación cultural Patmos” les duele la boca de reclamar su apertura. Además piden un debate para definir su uso público, porque iba a ser un espacio polivalente que albergara exposiciones como la del Renacimiento y Vandelvira, allá por 1992. Y me temo que la iglesia hoy no albergue ni almas. 
No soy optimista en lo concerniente a Jaén. Aquí solo pasa el tiempo y por más que se intente avanzar y mirar al futuro siempre volvemos atrás. El presente es pasado. 
Como por pedir que no quede. Y por eso de que a principios de año todos rebosamos buenas intenciones y firmes propósitos igual en 2017 si toca. A quién corresponda, reabran la iglesia de Santo Domingo. Aunque sea por los mercaderes.  

Artículo emitido en SER Jaén, "La Colmena", el 5 de enero de 2017.