Quién no ha hecho alguna vez inventario de los años vividos. Recuento de logros y fracasos, de renuncias y de sueños perdidos. Quién no vaciló ante el desequilibrio entre las columnas del haber y el debe del imaginario balance de esos años.
Inventariar es mirar hacia atrás. Sopesar el equipaje. Rebuscar. Quizás esperando encontrar más de lo que se halla o simplemente haciendo un somero repaso de lo vivido; minucioso y frío como un acta notarial o desmesurado como el relato de un soñador.
Hay en cada inventario una anotación de aciertos y errores. De modo que se aspira a aprender de lo fallido, para no repetirlo, y se anhela al menos igualar el tino. Pero el inventario es sinónimo de lo vivido. Del pasado. De modo que no hay forma de saber cómo será el inventario futuro.