Mañana no habrá trincheras con forma de ventana. Las manos no irán envueltas en látex. Y al desaparecer las máscaras se podrá contemplar una sonrisa en el rostro.
Se acortarán las distancias. Dos podrán volver a ser uno. Y en pocos metros habrá menos lugar para la soledad.
Las risas y los llantos se fundirán con los hielos del vaso. Se abrirán los brazos como una invitación. Fluirá el verbo. Y los ojos se volverán a encontrar en ese espacio que invita a la convivencia o a la intimidad.
Sonará la música en los corazones. Los pasos marcarán el ritmo perdido en las baldosas de pasillos y habitaciones. Un chasquido de dedos y una inclinación de cabeza serán la señal para girar. Dejaremos atrás el baile del claroscuro. Y dibujaremos sobre el piso una pirueta sin final.
Mañana intentaremos que las palabras dichas sean más hermosas que las palabras pensadas. Llamaremos a las cosas por su nombre. Y arrebataremos al papel o la memoria los pensamientos dulces del confinamiento.
Atraparemos la luz para desdibujar las sombras. Saldrá el sol. Y la tarde será la innecesaria excusa para esperar a la luna.
Mañana compraremos flores en la plaza del Pósito, niña Paula. Flores de tallos y espinas. Sin artificios, porque tocará desnudar la verdad y será innecesario adornar la mentira. Y festejaremos que somos y estamos.
No habrá licor más amargo que un recuerdo triste. Brindaremos por los ausentes. Y sentiremos la vida deslizarse por nuestras gargantas.
De pie o sentados esperaremos a ese mañana que está por llegar. Donde nos reencontraremos tú, yo y los demás supervivientes. Cuando el espejismo se torne realidad o cuando consigamos despertar.
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