lunes, 25 de marzo de 2024

Amigos y conocidos

Quizás, y digo conscientemente quizás, no sea fácil fijar la raya que separa los amigos de los conocidos. Quizás tan poco sea relevante, que es una forma educada de expresar que es irrelevante. 
Hoy me he visto entre amigos y conocidos. Y quiero pensar que esos nuevos conocidos, por cuestiones que no vienen al caso, son futuros amigos. Es todo discutible y matizable. Y…, veinte mil cosas más. Pero en el mapa de los afectos esos conocidos tienen un espacio presente y uno futuro. No es cuestión de generosidad, es convicción y algo muy fácil de entender y de asimilar, al menos en un universo conocido. La rueda de la vida gira, con una pizca de capricho y con una dosis de algo que puede ser el azar, el destino o vaya usted a saber qué. Pero hay una línea que dibujan los afectos. Y en esa línea nos encontramos. Los afectos se dibujan en la mirada, en los gestos y en una historia pasada, en un relato común que nos identifica y nos acerca. 
Es cierto que no partimos de cero. Que nos unen puentes cimentados en el cariño, en el respeto, en la pasión y el apego por la creación artística y, sobre todo, por la fraternidad, entendida como algo que prima la relación entre las personas más allá de la sanguinidad. Y también hay algo que trasciende, que es o puede ser desconocido para muchas personas, pero que une a aquellas que conocemos esa historia de nuestros ancestros que no está escrita, pero que el paso del tiempo convierte en una historia que merece la pena ser conservada y transmitida. Las historias que superan el tiempo, que limitan la épica o son relatos de amor y desamor, son aquellas que sustentan lo escrito y puede que parte de lo vivido durante siglos.
En ese mapa de los afectos vivimos y nos movemos ocasional o perennemente. Trazamos las líneas que dibujan una frontera imaginaria y soñamos con lo inconquistable del territorio. Escondemos la vulnerabilidad en un mapa ficticio, el mismo que hacemos preso en una botella que probablemente nunca arrojemos al océano y que, sin embargo, siempre será la luz que aunque no brille ilumina nuestros pensamientos. 
Eso y pensamientos similares han agitado hoy mi cabeza mientras compartíamos mesa y mantel en una noche de Domingo de Ramos en la que por un momento he divagado o quizás, siempre los quizás como evidencia de la incertidumbre, me he dejado llevar por algo del ayer y algo del hoy que nos une, nos hermana y nos hace, probablemente desde la inconsciencia, mejor de lo que somos. 
Lo voy a contar sin detalles. Muy resumido. Seguramente, excesivamente resumido. Les diré que esta historia afecta a tres generaciones y que varios representantes de esas tres generaciones nos sentábamos hoy a esa mesa. Es una historia de amor entre él y ella sin final feliz. Él era mi padre. Conocí la historia por él. Y les aseguró que le persiguió durante toda su vida. El resumen es que se querían, se quisieron y no pudo ser. Y el resultado de aquello fue la infelicidad. Hasta ahí les pertenece o les pertenecía a ellos. Pero la vida es traviesa, maliciosa o justa y reparadora o qué se yo. Lo cierto es que ella tenía sobrinas y que la vida en diferentes momentos nos ha ido reuniendo a ellas y a mí. Ninguno sabemos dónde habría desembocado aquello. Queremos creer que habrían sido felices. Y lo paradójico es que en esa virtual felicidad yo no habría existido. Pago el peaje, consciente de no saber si esa felicidad hubiera perdurado en el tiempo. 
Aún así, ese desamor nos une a una serie de personas. Ha servido para trazar un mapa de afectos en el que sin renunciar y olvidar esa historia, bella y triste historia, nos miramos a los ojos, nos vemos las caras y nos sonreímos. 
 
A Mima Cañada. 

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